Mírate, te acabas de despertar y te ves frente al espejo, desnudo, no sólo física, también emocionalmente, mírate, pero mírate bien, no te detengas en lo superfluo, no mires el exceso o el defecto de músculo, tampoco el exceso o el defecto de grasa, no seas vacuo ni vacío, mira tus heridas, las de hoy y las de ayer, tanto las que todavía sangran como las cicatrices pasadas, reconstruye tu memoria con ayuda de los golpes, recuerda de dónde vienes porque de lo contrario estarás perdido, sí, cada vez eres más grande, más fuerte, más completo, más armado, pero a la vez lo descubres, no te gusta pero es así, y entonces lo ves claro, con la misma cadencia con que empezamos a hablar empiezas a entender y a ver que cada vez somos más vulnerables, que cada vez se multiplican los flancos débiles, que los intervalos crecen exponencialmente, pero no seas derrotista, mira de nuevo tus golpes, mira de nuevo tus heridas, ya has vivido esta batalla, en diferente grado quizás, pero no es nuevo para ti, descubre, descubre que por cada nuevo punto débil tienes a tu disposición una nueva salida, eres más astuto, tú debes ser quién abra tus propias puertas.
Sigues enfrente del espejo mirándote las llagas que todavía sangran, ahora viene esa odiosa pregunta: ¿cómo?
Te encuentras sólo y desamparado, superficialmente empiezas a compadecerte, pero tú mismo lo sabes, es algo superficial, un residuo de ese tiempo pasado en que cuando tenías frío te arropaban, en que cuando tenías hambre te alimentaban, en que cuando llorabas te ignoraban y dejabas automáticamente de llorar, así que en el fondo te das cuenta, te das cuenta de que pierdes el tiempo, vuelves a mirar tus golpes y heridas, no sólo las de hoy y las de ayer sino también las de mañana, aquellas que están por venir, aún no te han magullado pero sabes por dónde aparecerán, y si no te has percatado es porque no quieres aceptarlo, pero en el fondo lo sabes, no sabes el cuándo pero intuyes el cómo, y entonces si has hecho bien los deberes sabrás continuar el combate, te tambalearás, te derribarán, quizás te tiren para atrás, pero ya sabías que iba a ocurrir, ya lo has vivido, igual, mejor o peor, pero al fin y al cabo no es más que un recuerdo solapado y plegado sobre una de esas cicatrices del pasado.
Descubres que las lágrimas siguen ahí pero que ahora ya no se prodigan como antes, ya no van acompañadas de quejidos ni gorgoritos sino que son silenciosas, descubres el poder de las palabras y cómo algunas de ellas no las disparas con la facilidad de antaño, en definitiva, ves como esas simples lágrimas y esos inocentes vocablos han aumentado su masa y sientes su peso clavado en tus hombros a base de un sinfín de martillazos biográficos. Entonces descubres la clave, empiezas a manipular eso de lo que tanto te hablaron cuando eras pequeño y que apenas te parecía algo más que la legitimación de esa tiranía que se clavaba en tu piel virgen y que te tenía atenazado, eso que se hace llamar experiencia.
Sigues frente al espejo y mirándote a los ojos la descubres agazapada en esa nueva arruga que te ha salido en la comisura de los labios, en esa ojera tenue de decenas de noches en vela examinando lo ya pasado. La sientes, dentro de ti, pero sobretodo fuera, ves como se proyecta hacia tu entorno y la reconoces en las caras ajenas, casi como una partida de póker en la que juegas de memoria, no controlas la baraja pero te da igual, porque sientes las cartas y palpas escotillas en la oscuridad.
Eso sí, nunca cometas el error, el error de sentirte invulnerable, porque no lo eres y lo mismo recibes un poco que en apenas segundos te es arrebatado todo, siéntete invencible, sé ambicioso e inconformista, pero no llegues a cometer la osadía de creértelo, entonces sé humilde y no olvides que tú no tienes el último as en la manga. ¿Quieres eternidad y tienes delirios de grandeza? Allá tú pero yo me conformaría con no formar parte de ese cajón de sastre al que llaman olvido. Entonces sé generoso y agradecido, y disfruta de todo lo vivido pues eso te alzará cuando caigas dolorido.



















