lunes, 17 de octubre de 2011

Levántate y anda.



Mírate, te acabas de despertar y te ves frente al espejo, desnudo, no sólo física, también emocionalmente, mírate, pero mírate bien, no te detengas en lo superfluo, no mires el exceso o el defecto de músculo, tampoco el exceso o el defecto de grasa, no seas vacuo ni vacío, mira tus heridas, las de hoy y las de ayer, tanto las que todavía sangran como las cicatrices pasadas, reconstruye tu memoria con ayuda de los golpes, recuerda de dónde vienes porque de lo contrario estarás perdido, sí, cada vez eres más grande, más fuerte, más completo, más armado, pero a la vez lo descubres, no te gusta pero es así, y entonces lo ves claro, con la misma cadencia con que empezamos a hablar empiezas a entender y a ver que cada vez somos más vulnerables, que cada vez se multiplican los flancos débiles, que los intervalos crecen exponencialmente, pero no seas derrotista, mira de nuevo tus golpes, mira de nuevo tus heridas, ya has vivido esta batalla, en diferente grado quizás, pero no es nuevo para ti, descubre, descubre que por cada nuevo punto débil tienes a tu disposición una nueva salida, eres más astuto, tú debes ser quién abra tus propias puertas.
Sigues enfrente del espejo mirándote las llagas que todavía sangran, ahora viene esa odiosa pregunta: ¿cómo?
Te encuentras sólo y desamparado, superficialmente empiezas a compadecerte, pero tú mismo lo sabes, es algo superficial, un residuo de ese tiempo pasado en que cuando tenías frío te arropaban, en que cuando tenías hambre te alimentaban, en que cuando llorabas te ignoraban y dejabas automáticamente de llorar, así que en el fondo te das cuenta, te das cuenta de que pierdes el tiempo, vuelves a mirar tus golpes y heridas, no sólo las de hoy y las de ayer sino también las de mañana, aquellas que están por venir, aún no te han magullado pero sabes por dónde aparecerán, y si no te has percatado es porque no quieres aceptarlo, pero en el fondo lo sabes, no sabes el cuándo pero intuyes el cómo, y entonces si has hecho bien los deberes sabrás continuar el combate, te tambalearás, te derribarán, quizás te tiren para atrás, pero ya sabías que iba a ocurrir, ya lo has vivido, igual, mejor o peor, pero al fin y al cabo no es más que un recuerdo solapado y plegado sobre una de esas cicatrices del pasado.
Descubres que las lágrimas siguen ahí pero que ahora ya no se prodigan como antes, ya no van acompañadas de quejidos  ni gorgoritos sino que son silenciosas, descubres el poder de las palabras y cómo algunas de ellas no las disparas con la facilidad de antaño, en definitiva, ves como esas simples lágrimas y esos inocentes vocablos han aumentado su masa y sientes su peso clavado en tus hombros a base de un sinfín de martillazos biográficos. Entonces descubres la clave, empiezas a manipular eso de lo que tanto te hablaron cuando eras pequeño y que apenas te parecía algo más que la  legitimación de esa tiranía que se clavaba en tu piel virgen y que te tenía atenazado, eso que se hace llamar experiencia.
Sigues frente al espejo y mirándote a los ojos la descubres agazapada en esa nueva arruga que te ha salido en la comisura de los labios, en esa ojera tenue de decenas de noches en vela examinando lo ya pasado. La sientes, dentro de ti, pero sobretodo fuera, ves como se proyecta hacia tu entorno y la reconoces en las caras ajenas, casi como una partida de póker en la que juegas de memoria, no controlas la baraja pero te da igual, porque sientes las cartas y palpas escotillas en la oscuridad.
Eso sí, nunca cometas el error, el error de sentirte invulnerable, porque no lo eres y lo mismo recibes un poco que en apenas segundos te es arrebatado todo, siéntete invencible, sé ambicioso e inconformista, pero no llegues a cometer la osadía de creértelo, entonces sé humilde y no olvides que tú no tienes el último as en la manga. ¿Quieres eternidad y tienes delirios de grandeza? Allá tú pero yo me conformaría con no formar parte de ese cajón de sastre al que llaman olvido. Entonces sé generoso y agradecido, y disfruta de todo lo vivido pues eso te alzará cuando caigas dolorido.

domingo, 2 de octubre de 2011

El Árbol de la Vida.


Aunque me encuentre ante la coyuntura de tenerlo delante de mis ojos,  al mismo tiempo me siento con un trapo en la boca que no me deja narrarlo.
Digamos que en el fondo, muy en el fondo lo sabemos, una certeza, una voz procedente de una fuente cuyo origen no se puede discernir pero que a la vez es la misma que nos nutre a todos, de donde vienen esas respuestas bajo un eco mudo que la mayoría de las veces no podemos decodificar y que tan solo nos deja una sensación de cierto malestar mezclada a veces con un ápice de suave remordimiento, si acaso las cenizas de una enorme convulsión interna , y que sin embargo yace ahí y la sentimos aunque no la entendamos.
También es esa fuente de la que proceden esos pensamientos fugaces que nos llegan en ese umbral del que el sueño es acceso, y esos otros que nos saludan por la mañana cuando todavía no hemos despertado. Esa fuente de la que proceden esos impulsos intuitivos que te dicen cuando lanzarte y cuando pararte, cuando dejarte atrapar y cuando escapar, ese rayo X que te advierte de que ahí fuera, o mejor dicho allí dentro, hay probablemente algo más de lo que crees sospechar.
De esa fuente proceden también los miedos más terribles y ocultos del ser humano, aquellas respuestas que nunca nos gusta oír porque apenas llegamos a siquiera digerir, pues entender está claro que nunca serán entendidas. Y quizás sea consecuencia de esa misma los mayores pecados del ser humano, pecados que en muchos casos derivan de las más loables de las virtudes, si acaso el relativismo nos deja hablar de virtudes.
Dicho esto pongamos por caso la confianza. Si la proyectamos desde dentro, si tiene buenos cimientos y esfuerzo sustentándola, si la usamos como adhesivo de nuestras relaciones, entonces tendremos a nuestro favor una fuerza de alcances insospechados. Sin embargo, esa misma confianza mal entendida puede llevarnos al más terrible de los fracasos, a la más cruel de las frustraciones hasta hacernos perder la cabeza. Es esa confianza mal entendida la que nos lleva a enjuiciar con conceptos humanos los envites que vienen de una fuerza superior y extraña a lo propiamente humano, el mismísimo Universo. Un Universo que nos creó por accidente y del que no somos más que unas marionetas ciegas con un par de cabos sueltos, pero irremediablemente unidas a su praxis irracional, causal, omnipotente y brutal.
Ya la lié con el juicio de brutalidad, pues qué son para nosotros las hormigas que cuando somos pequeños machacamos o lisiamos cruelmente con nuestros dedos, pues bien, comparemos la magnitud y realizamos una aproximación del valor absoluto de esos insectos con respecto a nosotros, y no me vale la infravaloración por el hecho de que no actúen más allá que por el instinto -un debate que aparte no nos ocupa en este caso- y es entonces cuando descubriremos que aun así  la diferencia de la magnitud de nosotros con respecto a los dictámenes ciegos y totalmente anónimos del Universo es infinitamente superior que la magnitud que rige la relación de cualquier otro ser vivo con respecto a nosotros, y sin embargo no caemos en valorar su pérdida, algo por otra parte de lo más normal . Es cruel, claro que sí, pero qué hiciste para merecer tu vida, ¿acaso elegimos estar aquí?,¿ acaso llegamos a aprovechar mínimamente la gracia que nos concedieron? Que cada uno se susurre la respuesta.
Quizás lo primero que deberíamos hacer es cuestionarnos  a nosotros mismos antes que cuestionar, que juzgar, que condenar a esa fuente, esa fuerza omnipotente e irracional que por la mezcla de un enorme accidente y una casualidad mucho más que milagrosa acabó por crearnos a nosotros.
Somos tierra y a la tierra volveremos, aunque nos duela, aunque nos mate, aunque sea justo o injusto. Salgamos de la burbuja, seamos conscientes de lo que realmente hay ahí fuera y entonces una vez huidos de la oscura caverna empecemos a vivir y aprovechar, no veamos el tiempo como un castigo, como un reloj de arena cargado de subjuntivos nunca ocurridos sino más bien como una prórroga, el más grande de los regalos, no contemos hacia atrás sino hacia delante,  el día que nos alcance la noche brindemos por los buenos momentos pasados en el camino que ya otros brindarán por nosotros más adelante. No nos quedemos con lo triste y lo injusto de lo poco que vivimos sino lo bien y lo alegre de todo lo vivido. La eternidad no es un paraíso sin fecha de clausura sino las memorias de aquellos que reconstruirán tu vida con sus cuentos, así que procúrate un final feliz para cada momento que compartas.

miércoles, 31 de agosto de 2011

La dura historia de Peppino.(Parte II)

Guerras, guerras cuya única premisa era la lucha sin cuartel: en cualquier calle, en cualquier esquina, en cualquier momento, contra cualquier negocio, contra cualquier tipo del clan rival; Domenico Macamazzone, el capo de los Macamazzone, había llegado la conclusión de que esta era la única solución después de ver como en los últimos tiempos apenas tenía márgenes para remunerar a los suyos, por lo que una guerra daría o bien nuevos tributos a la familia o en el peor de los casos menos bocas que alimentar.
En este tipo de guerras totales por lo general había dos frentes, uno público que desangraba las calles con vertiginosos encuentros y tiroteos tanto a pié como desde las “motorino”, con tiroteos de presentación a los nuevos negocios a los que se pretendía cobrar el tributo, este frente era sin lugar a dudas el más vistoso y por consiguiente el más peligroso. Y después estaba la otra vertiente más intimista y privada, los llamados trabajos finos, encaminados a eliminar a los capos y a los jefacillos rivales para así descabezar a la familia y provocar el caos interno y la división entre los que estaban dispuestos a seguir la guerra guiados por la sed de venganza y los que veían el alto el fuego como la mejor opción para reorganizarse, y así dejar la venganza para más adelante cuando la supremacía de los otros les hiciera acomodarse y en ese caso despacharles una venganza bien fría.
Peppino, ante esta situación, tenía una cosa clara y es que no iba a dejar pasar por alto esta oportunidad. No sería la primera vez que mataría, que se lo digan a aquel pobre diablo recién llegado a Forcella que tuvo la mala fortuna de llamar “enanito” a la persona equivocada, aunque tampoco se puede decir que fuera un pistolero consumado. Claro que para entender la habilidad de Peppino antes tendrían que hacerse una idea del escenario. No sé si conocen Nápoles, para hacernos una idea digamos que son un par de larguísimos ejes relativamente anchos que se cruzan perpendicularmente,  y en paralelo a estos dos ejes un sinfín de callejuelas estrechas que se pierden en la oscuridad –los llamados vicos-, en definitiva, un lugar idóneo para golpear y escapar. En este ambiente fue donde Peppino comenzó a forjar su leyenda, su “modus operandi” siempre solía ser el mismo y se podía decir que era infalible, siempre sabía ingeniárselas para granjearse una banda de muchachos entre la que camuflarse, después simulaba comportarse como un chiquillo más pero al mismo tiempo hacía de “palo” y no se le escapaba  una.

Podía estar horas esperando a su víctima, incluso días, si Peppino tenía alguna virtud esa era la paciencia, paciencia para esperar sin temor alguno, dentro de la boca del lobo, a que saliera su objetivo, respecto a la guerra, el toque de queda había quedado fijado para las cuatro de la tarde en adelante, por lo que sólo pasaría inadvertido por las mañanas. El primer encargo de Peppino, una vez había comenzado la guerra, fue cargarse a un tendero que se había pasado el tiroteo de advertencia por la suela de los zapatos, normalmente no era tan cruda la realidad y solían darte más avisos, pero Domenico Macomazzone quería una guerra lo más rápida y limpia posible –para su clan-por lo que quiso dar un golpe sobre la mesa y hacer escarmentar a los demás tenderos y pizzeros de Spaccanapoli para hacerles entender que quien no pagara el tributo lo pagaría con su sangre. El plan era tan sencillo como entrar en la pasticeria de Ciccero –que ya tenía la fachada marcada por balazos-,  pedir una riccia y un café espresso, y mientras el rebelde de Ciccero le diera las espaldas clavarle dos balazos mortales en la nuca. Después llegaría el momento más complicado una vez que los “palos” de los Esposito habrían dado la voz de alarma, el de la huída vertiginosa a través de los vico.
Dicho y hecho, Nápoles no estaba hecha para dudar, se vivía intenso siempre con la muerte pisándote los talones y también si no te andabas con ojo se moría rápido, ya lo dice el dicho “Ver Nápoles y morir”. Mientras tanto en el pueblo empezaba a forjarse un nuevo ídolo, la del “giovanotto fatale” (el jovencito terrible).

sábado, 27 de agosto de 2011

La dura historia de Peppino.(Parte I)


La Nápoles de “Peppino” era una Nápoles derruida, con sus calles sangrando y agonizando por el terrible terremoto de un par de años de atrás, un espectro de ciudad que intentaba regenerarse en vano, una Nápoles dura y sombría donde los recursos escasearon mucho más de lo habitual y en donde había que estar dispuesto a pelear por llevarse un mísero trozo de pan a la boca. Por lo demás, más allá de aquel anómalo escenario con aroma a posguerra, nada había cambiado.
Supongo que os preguntareis quien era ese tal Peppino, una pregunta complicada pues a los personajes de su naturaleza les gustaba ser temidos, el temor marcaba el prestigio en las calles, pero en cuanto a ser reconocidos sólo lo justo y necesario pues en ello les iba la vida, eso sí, no renunciando nunca a su parte de la leyenda. Peppino di Mauro tenía un trabajo y en su desempeño se podría decir que era brillante, y no sólo eso, era incluso admirado, un ejemplo a seguir, un ídolo infantil más como cualquier futbolista de la época, quién sabe si por el físico infantil  del propio Peppino. Una apariencia que guardaba en su origen una triste historia, la de ese niño bastardo y maldito que había nacido de las entrañas de una prostituta calabresa y que desde pequeño había sufrido palizas un día sí y otro también, en una de estas cayó por las escaleras y se rompió los dos fémures, acabando de esta manera su etapa de crecimiento a los diez años.
Imagínense lo que podía significar quedarse en un metro cuarenta para el resto de tu vida en una ciudad como Nápoles, sin embargo, Peppino no estaba dispuesto a dejarse torear y lo que le faltó de físico lo compensó con creces con una mala leche visceral. Nápoles era una ciudad miserable, desde el terremoto aún más, esto tenía un aspecto positivo y es que todavía no se había disipado esa solidaridad vecinal como ya había ocurrido en la mayoría de las grandes ciudades, Nápoles era como una ciudad que se negaba a ser ciudad y prefería seguir siendo pueblo. Dentro de semejante panorama, Peppino pudo enrolarse en las filas de los Macomazzone y trabajar como “palo” para uno de los jefacillos del barrio, a simple vista no se distinguía de los otros niños por lo que era perfecto para desarrollar esta labor, labor que consistía en estar todo el día, como un palo, controlando una zona como el que no quiere la cosa y avisar si las cosas no transcurrían por cauces normales, ya fuera una injerencia policial o incursiones de algún clan rival.
Los años fueron pasando y Peppino no se conformó con ser un peón más dentro del clan de los Macamazzone, por aquel entonces había ascendido dentro de la familia y ahora él era otro jefacillo más que se encargaba de organizar la recaudación del tributo entre los tenderos de su zona y de supervisar que los “palos” estuviesen en su sitio. De todas formas, sólo con motivo de una campaña expansiva empezaría a escribir su propia leyenda, y este tipo de políticas en Nápoles solo podían significar una cosa: una guerra entre familias.

viernes, 26 de agosto de 2011

Los hijos del clan.


Todo nuevo hijo que madre daba al clan de Cierva desde muy pronto iniciaba el camino de aprendizaje que debía prepararle para superar el desafío de madurez. Desde pequeños, cuando todo el clan se reunía alrededor de la hoguera para contar las anécdotas del día, oían las historias de como los primeros hijos del clan  superaron con ayuda del fuego el miedo a ese mundo negro que estaba a sus espaldas y que se abría en lo más profundo del abrigo de la gran montaña que les servía de hogar, un mundo tenebroso y oscuro, mucho más que la noche, del que apenas le llegaban susurros ininteligibles y ecos de gotas que caían sobre lagos invisibles que se perdían en el vació de la oscuridad sin ser vistos. Desde entonces habían nacido tantos hijos en el clan que les era imposible recordar los nombres de sus antepasados, claro que el respeto y el ejemplo de su enorme valentía estaban todavía en boca del clan.
Los jóvenes también oían ensimismados las historias de aquellos hijos del clan que no se conformaron solamente con penetrar en la oscuridad del mundo negro, y que dejaron dibujadas las siluetas de cierva, el ánima del clan, junto a unas rayas y marcas desconocidas que todavía no acababan de comprender. De  estas historias también grababan en su memoria la situación de la cierva y los pasos a atravesar para llegar a ellas, pues todos sabían que tarde o temprano como hijos del clan debían demostrar su valía y sellar su pertenencia al clan encontrando esa cierva roja de la que habían oído tanto hablar, para ello, tenían que vencer el terror a lo desconocido y adentrarse en el mundo negro, con ayuda del fuego y de la cuerda, debían vencer a la excitación y templar sus nervios ya que la entrada en el mundo negro no suponía solo un viaje de ida, y debían tener capacidad de organización, la misma que no muchos amaneceres después les serviría tanto en el mantenimiento del clan y como en la caza.
Sólo después de esto podían llegar al disfrute y el estremecimiento de ver por primera vez a cierva roja a través de la luz del fuego, padecer el éxtasis de haber sido capaces de encontrarla después de haber superado decenas de obstáculos y peligros, y lo que quizás sea aún más importante, conseguir la aprobación del mentor  que los seguía a distancia y que una vez vueltos al mundo de la luz debía pedir a los demás miembros adultos del clan la aceptación de los jóvenes dentro del círculo de madurez.
De esta forma renacían dentro del clan gozando de todos los privilegios, ya podían participar en el aprovisionamiento de alimentos  como cazadores, pescadores o recogedores de frutos, tenían voz y opinión en las reuniones que decidían las actuaciones de las que dependía el futuro del grupo,  podían mantener  la supervivencia del clan con su sangre a través de su progenie y también conseguían el derecho a contar historias, pues no se entraba –y se regresaba con vida- todos los días en el mundo negro.

lunes, 22 de agosto de 2011

¡Pelea, viejo, pelea!



La muerte nos acecha en cada esquina
nos recuerda que nada nos pertenece
aunque nos engañemos a cada instante
con las migajas que caen de la mesa.
No existen ni ideologías, ni moral ni victorias,
solamente analgésicos materiales y caducos.
No te querrás dar cuenta hasta el día de tu muerte,
pero al final entenderás que no hay lugar a paraísos,
sino solamente huesos, polvos y cenizas.
Deja de engañarte, aunque así disfrutes
pues  recuerda que una vez llegada la mancha
no queda nada al descubierto, ningún pasado, nada.
No todo es malo, es solo una vuelta a los orígenes
un billete sin retorno de retorno a la inexistencia
así que no pierdas tu tiempo en inútiles rodeos,
actúa hoy y vivirás mañana, no hay otro camino
hagas lo que hagas no tendrá su eco en la eternidad,
acaso en unos legajos sucios, en una historia anónima,
pero no podrás nunca llegar a escuchar esas voces mutiladas.
Las muertes acaban siendo poco más que estadísticas
poco más que una exclamación muda de pavor,
tan intensa como imperdurable en la eternidad,
en este frío invierno de calores y carnes rosadas.
Mira el reverso, el lado bueno, no heredas sufrimientos
¿acaso no es esto suficiente reino de los cielos?
Para algunos será un castigo, pero al menos es imparcial,
todos nacemos desnudos y acabamos muriendo solos.
salid de vuestra burbuja y disfrutad, sin presuntuosidad,
Y nunca vuelvas a olvidarme, ni a mí ni a la mancha
que acaba devorándonos como una lengua de lava fría.

jueves, 18 de agosto de 2011

Los amantes del círculo polar.


¿Nunca se te ocurrió coger tu confortable vida de prestado redirigido, empaquetarla y mandarla al quinto infierno? Algo parecido debieron pensar esos dos locos valientes aquella fría tarde de otoño en que decidieron reinventar sus vidas con la diferencia de que ellos sí que darían el paso. Eran dos desengañados más de esa sociedad fría que se hallaba arraigada sobre unas raíces de humo, deshumanizada, cínica, desangelada, hipócrita, consumista, materialista, antinaturalista... No fue algo impuesto, tampoco fue consensuado ni acordado, digamos que simplemente fue intuido, prácticamente reconocido, el momento era ese, de lo contrario nunca volvería a presentarse tan claro, tan desesperado, simplemente llegó el momento en que se presentaron dos bifurcaciones inconexas y sin retorno más allá de aquel vértice que servía de origen.
Fue el producto de la evidencia, la fría certeza de que no había nada más allá de ellos mismos, todos sus lazos del pasado habían ido difuminándose hasta quedar como un sutil esbozo de compromisos y obligaciones difícilmente conservables y sin embargo fácilmente olvidables. En cuanto al destino se decantaron por un camino incierto y desconocido, pero por otra parte estaban seguros de que lo reconocerían en cuanto lo tuvieran delante. Tras algunos años de formación y de búsqueda errante llegaron a esa cabaña abandonada en medio de la nada, de la que tan solo sus maderas eran testimonio y señal de esa denostada civilización de la que huyeron tan afanosamente, una cabaña que con sus enredaderas salvajes y sus líquenes era una metáfora perfecta del giro total que ellos habían dado a sus propias vidas.
Cada día redescubrían la belleza de ese atardecer salvaje, y se conmovían cada solsticio con ese crepúsculo interminable que les regalaba el sol de medianoche, resucitaron viejos instintos, los más poderosos, aquellos que guiaban a la supervivencia, recordaron cómo se recolectaba y cómo se cazaba. Sólo se tenían a ellos y sin embargo no necesitaban a nadie más, recuperaron una pasión, no siquiera ya olvidada, sino incluso desconocida. Y en las largas noches de invierno rememoraron esas ya olvidadas miradas del pasado que estudiaban el cielo infinito desde el fuego de una hoguera, y es entonces cuando firmaban su perdición, y aun así cada día acudían nuevamente a la cita guiados por el más tentador masoquismo.
Sin embargo, la mayor satisfacción que vivieron fue coger su Winchester del 22 y matar de un balazo el tiempo, el compromiso, la obligación, la planificación, el deber, el interés, el don contra don, la necesidad, el amor y tantos otros convencionalismos que lastraban cualquier intento de libertad. Pudieron decir que fueron felices hasta el punto de obviar el hecho de que la felicidad fuese otro de esos convencionalismos. Y así vivieron años y años hasta que un día uno de los amantes faltó a la cita con las estrellas, y es entonces cuando el Winchester cerró el círculo que se abrió aquella fría tarde de otoño en que decidieron mandar todo al garete.

viernes, 24 de junio de 2011

Un poco de demagogia verdadera sobre dos democracias muy distintas(II).

Dos mil quinientos años después érase un estado llamado España, en donde un Parlamento durante cuatro años tiene una potestad tiránica para gobernar y atar y desatar a su antojo sin la más mínima participación ciudadana o empatía con las necesidades del pueblo, sin ninguna posibilidad de intervención por parte de unos ciudadanos cuya única esperanza es esperar como buenos súbditos otros cuatro años con la única esperanza –o desesperanza- de que el nuevo gobierno no lo hará peor que el anterior, con unas “tribus-regiones” que eligen proporcionalmente más diputados que otras, diputados que por otra parte acceden a su escaño mediante una oscura promociòn interna dentro del partido al que se afilian ideològica y dogmàticamente olvidando pensar por ellos mismos, que en demasiados casos están inmiscuidos en tramas de corrupción y al mismo tiempo intocables ante la ley por efecto y gracia de ese mismo cuerpo de leyes que llaman “Constitución” y que aparte cobran su paga asistan o no las sesiones parlamentarias. Una democracia en donde existe un organismo llamado Senado que nadie sabe muy bien para qué sirve y una institución monárquica por la que todavía nadie ha sido interrogado sobre su conveniencia o inconveniencia y que por supuesto no fue instaurada por elección democrática en su día. Pero aun así hay quienes siguen gritando con la boca llena “Régimen monárquico parlamentario” o ”Monarquía democrática”.
Dirán que la población del Ática giraba en torno a la centena de millar mientras que la de España roza los cincuenta millones, pero entre ambas ha habido dos mil quinientos años de… parece ser que ¿inexperiencia?, ¿insuficientes para haber aprendido un poquito de esa cosa que cuando la decimos se nos llena la boca: De-mo-cra-cia?
Eso sí, seguiremos disfrutando de las batallitas contra los persas, la hazaña de Filípides regresando de Maratón, los trescientos y pico largos de las Termópilas y la milagrosa victoria de Pausania en Platea, por cierto, el mismo Pausania que de héroe pasó a villano y fue ostratizado y despojado de su cargo de "almirante" cuando circuló la sospecha de que quería hacerse tirano de una isla de la Jonia. Pero parece que de los griegos sólo nos hemos quedado con las estatuas y los vasitos de ceràmica.

Un poco de demagogia verdadera sobre dos democracias muy distintas (I).


Érase una vez una ciudad-estado que hace más de dos mil quinientos años decidió, tras pasar por el gobierno de unas pocas familias aristócratas y de una larga tiranía de una sola familia después, gobernarse a sí misma. Esta ciudad se encontraba en una región griega conocida como Ática y se llamaba Atenas, una ciudad que vería como poco a poco fue forjándose una auténtica democracia mediante la aparición de magistrados y organismos de gobierno que se verían obligados a interrelacionarse entre sí para dirigir los destinos del estado, un destino que antes de todo este movimiento había sido controlado por un consejo de aristócratas llamados “arcontes” y que juntos constituían el Areópago, el cual con el avance de la democracia acabaría por tratar sólo los delitos de sangre.
Así pues hace 2500 años apareció el primer organismo de la democracia, un consejo de 500 “diputados” conocido como Bulé, cuyos componentes eran elegidos anualmente mediante sorteo de entre todas las tribus que componían Atenas –en total unas diez, aportando cada una de estas cincuenta estos diputados-, decir que aunque se llamarán tribus en realidad eran como distritos en los que se habían perdido los lazos de sangre, esta Bulé elegía a los estrategos que, eso sí, eran electos de entre los grupos sociales más pudientes, siendo elegidos para un mandato de un año durante el cual detentaban el poder ejecutivo y militar de la ciudad –algo así como los ministros de hoy día, con la diferencia de que rivalizaban y discutían entre ellos pues no existía un presidente que los pusiera a dedo ni una política de partido-, siendo aparte encargados de dirigir a los hoplitas -la infanterìa- y a la flota si Atenas entraba en guerra. Si lo hacían bien podían ser reelegidos, pero si abusaban de su poder o a la hora de rendir cuentas al final de su mandato se descubrían irregularidades –un caso extrapolable a todas las magistraturas atenienses, no solo la de los estrategos-, estos podían ser denunciados, y tras una investigación, si salía culpable, obligado a pagar una multa o incluso condenado al ostracismo -el exilio-. Obviamente había muchas denuncias que encubrirían rencillas entre familias poderosas, pero una cosa estaba clara, si los “ciudadanopolíticos” hacían mal las cosas el pueblo no tendría piedad.
Volviendo a la Bulé otra de sus funciones era la política externa, cuestiones como decidir la paz o la guerra o coordinar las misiones diplomáticas, y por último preparar las disposiciones que se votarían en la Asamblea General de los atenienses, la llamada Eklesía, en la cual podían participar y votar todos los que tuvieran la condición de ciudadanos atenienses, algo asì como un referendum en el que se votaban disposiciones y acciones concretas. En cuanto a los diputados de la Bulé cada vez que asistían a la convocatoria de esta tenían derecho a una paga puesto que ese día no podían trabajar en su oficio respectivo, paga que no cobraba si por el contrario no iba.
En cuanto a los ciudadanos, tenían que vivir mentalizados de que seguramente alguna vez serían llamados a nutrir las filas de la Bulé, seguramente no todo sería idílico y también habría analfabetos y amaños, pero por otro lado esa democracia ateniense no acabaría hundiéndose por corrupciones internas sino por intervenciones externas, de hecho ya sea como capital de un imperio o como una ciudad de segunda –una vez perdido ese imperio- siempre siguió rigiendo los destinos de los atenienses, y en las pocas excepciones en que la democracia fue derrocada, no tardó demasiado en ser restituida.

jueves, 23 de junio de 2011

Una de esas Amelie.


A pesar de mi apariencia un tanto ruda e incluso primitiva, que fácilmente puede inducir a un prejuicio errado, en cualquier caso muy distinta de la de ese coleccionista de fotos canijo de la estación, debo reconocer que cada día más, emocional y afectivamente hablando, estoy seguro de que aquello que busco, o mejor dicho aquello con lo que me gustaría toparme -porque estas cosas nunca se pueden forzar-, es una especie de Amelie, alguien que sin dejar de ser adulta conciba la vida como un juego de niños, siempre con un lectura alternativa de cada cosa y suceso cotidiano, que ante dos caminos inevitables emprenda el dudoso y casi inverosímil atajo del medio, alguien que de imprevisible que sea acabe sorprendiéndome o incluso sorprendiéndose a sí misma a pesar de la inestabilidad y el desasosiego vital que pueda causar a mi espíritu, pero qué le vamos a hacer, más vale vivir entretenido y predispuesto a la emoción diaria de lo inesperado que una predecible, aburrida y mediocre existencia de funcionario.

Tiene que ser alguien que encuentre sin buscar, alguien que por esa dichosa teoría de la atracción favorezca el desarrollo de hechos prodigiosos a su alrededor, por ejemplo hechos como encontrar en una banco olvidado y luchando contra el viento aquel libro que pensaba comprarse durante toda la semana, o quizás otros más impactantes como recuperar intacta y completa la maleta de viaje que quedó desamparada en un vagón de tren del que inesperadamente se cerraron las puertas mientras bajaba, o encontrar inesperados guiños en lugares insospechados a tus pasiones personales en cada nueva ciudad que te encuentras visitando por poco tiempo, en definitiva tiene que ser alguien en sintonía con el mundo, alguien tocado por la varita de ese mago, obviamente inexistente, pero que sin embargo parece regir el destino del universo y al cual no podemos menospreciar.

Tiene que ser alguien que no tenga vergüenza a llorar y a conmocionarse por la contemplación de la más pura belleza, ante una puesta de sol en el Averno, una obra de arte incompleta o un beso irrepetible, alguien que con ayuda de solo un par de cervezas padezca un síndrome de Stendhal. O mejor aún, que padezca la patología del multiorgasmo stendhaliano, esto es, facilidad incontrolada y exultante para padecer conmociones ante cada uno de los elementos antes mencionados, entre otros…

Tiene que ser alguien que cuestione todo, desde el porqué de que la mesa se llame mesa al dogma más trascendental, alguien que actúe siempre guiado por un porqué, lo que no quite que en ciertos momentos meta ese racionalismo minucioso bajo llave para dejar paso al instinto más animal. Alguien que tenga respuestas para casi todas sus elecciones y pasiones vitales, porque no creo que una facilidad insultante para empatizar con el mundo y favorecer hechos prodigiosos prácticamente injustificables a nuestro alrededor, sean una excusa para dejarse llevar por la pasividad y desembarazarse de cualquier tipo de responsabilidad amparándose en el absurdo, ni tampoco para autocomplacerse y regodearse en una vacío moral ausente de principios y valores. Seguramente sea mucho pedir, de hecho algunas veces he visto como tras tocarla con la punta de los dedos siempre ha acabado desintegrándose como una idealizada ilusión de arena… pero también sé que como más se disfruta el cielo no es desde un balcón en horizontal sino desde el suelo, tendido, con los ojos apuntando bien alto.


sábado, 18 de junio de 2011

Reencuentro.


Digamos que se encontraron en Roma veinte años después, él, hasta ahora un escritor de poca monta, acababa, sin embargo,  de dinamitar el panorama literario con un buen intento de obra maestra, ella, una comprometida inspectora del Ministerio italiano de Bienes Culturales que promocionaba al puesto de directora del patrimonio romano, el lugar, la embajada española de Roma, el motivo, la presentación de su bombazo literario. El desencadenante del encuentro fue tan sencillo como el recuerdo vago y lejano de un par de apellidos asociados a un nombre de lo más familiar, se aseguró de que era él ya que no daba crédito a lo que estaba sucediendo, no podía ser verdad, había ido a tratar con el embajador las condiciones de un empréstito al Museo del Prado y de repente se encontró con esas señas escritas en el vestíbulo.
Veinte años desde aquella última vez, después ya se sabe, sobretodo  la pérfida distancia, en menor medida nuevos intereses y nuevos vuelcos emocionales, el caso es que se fueron distanciando poco a poco, a los pocos meses desaparecieron las llamadas, después siguió una riada de mails cuyo caudal fue reduciéndose hasta acabar en un compromiso testimonial, y al final un cambio de correo, un descuido y la relación sin ninguna culpa premeditada por ninguna de las dos partes pasó al oscuro cuartillo de los momentos obsoletos.
Sin embargo, poco más de esa vieja mirada bastó para retornar rápidamente a ese  lejano tercer año de carrera, en que él, un estudiante español apasionado de las humanidades ávido por ver mundo, y ella, una italiana enamorada de una idealizada España que se había rebelado contra la autoridad paterna para seguir su verdadera vocación, se encontraron. Cuando la mirada de ella cruzó la mesa en la que se encontraba él, poco tenían que decir, más allá de un diálogo con la propia memoria.
Seguramente recordarían el día en que se conocieron en la fiesta de cumpleaños de ese colega común del que apenas recordaban el nombre, ella de unos deseos camuflados en la más insolente indiferencia y en una risa impertérrita que no dejaba entrever nada - típico de las italianas del sur más profundo-, él, de la molesta  y, paradójicamente, triunfadora recurrencia al pseudofolclore andaluz para llamar su atención. También recordarían la clandestinidad de la cual estaba impregnada tan inoportuna relación -a causa de terceras personas-, ambos,  esa clase de vals que desencadenó la tormenta y liberó las más ocultas y desenfrenadas pasiones, él, esos ahogados susurros italianos que escapaban entre los dientes que se aferraban a la oreja, ella, las mayores, y más que justificadas obscenidades del castellano trepando entre su cuello  y su nuca. Como ambos recordarían la huída del alma entre esos dedos que, conquistando los labios de ella, fallaban en su propósito de cerrar la vía de escape, entre agudos quejidos e intensas respiraciones sordas, o el cabecero de la cama desencajado, y qué decir de ese intercambio furtivo de mordiscos, babas, cabellos y fluidos, el recorrido por cada una de las autovías que hacían transitables cada una de las partes de sus cuerpos, las espaldas sucias después de haber barrido el suelo, esa pared blanca con la impronta de sus cuerpos sudorosos, su silueta transparente sobre la mesa de la cocina y tantas otras imágenes…
De forma que sin ni siquiera saludarse, como si se hubieran visto durante toda la vida -esa vida que pasaron separados-,  quedaron para tomar un café de lo más correcto, o no, según se mire. Se acordó sin decirse nada que estaban prohibidas las preguntas sobre los lazos afectivos actuales, hablaron de aspiraciones personales, de ilusiones, de la Italia y de la España, y sobre todo de ellos  mismos, de aquel pasado genial que compartieron, sin rencores, rencillas ni reproches, solo el juego de dos antiguos amantes que se morían por redescubrirse veinte años después, dos amantes que se separaron por las circunstancias pero que mientras compartieron sus vidas, sus pasiones, sus inquietudes y sus cuerpos, funcionaron a la perfección, en perfecta coordinación, en definitiva dos amantes que nunca habían dejado de serlo por mucho que hubiesen perdido el contacto o por mucho que estuvieran una década sin hablarse, dos amantes que quizás compartieron la experiencia personal más verdadera de sus vidas en ese año de Italia, tal y como lo demostraría la continuación de aquella tarde en la suite del Ritz, cuyo pulso sería el mismo que veinte año atrás gobernaba los encuentros clandestinos en el  piso de él.

jueves, 16 de junio de 2011

Meditaciòn (II).


Él no dijo nada, simplemente aguardó, él no quiso ser indiscreto ni tampoco importunarlo, aunque deseaba preguntarle dónde había estado, entonces le rogó que le enseñara a hablar con Dios. Él, sonrió afablemente y le pidió disculpas argumentando que no conocía a ese tal Dios, él, se vio obligado a replantear la pregunta, y esta vez le pidió a Él que le enseñase como ir al sitio del que acababa de volver. Entonces Él rió aún más y le respondió que no había ido a ningún sitio, que llevaba todo el día en esos seis palmos en esa misma posición. él comenzó a sentirse frustrado e incluso empezaba a dudar de las buenas intenciones de Él, finalmente a él se le ocurrió como último recurso hablar en los mismos términos en que los indígenas le habían contado la historia de Él y le preguntó que cómo podría hacer para hablar con su propia alma. Entonces Él de nuevo sonrió afablemente pero esta vez se incorporó para coger una cañita de bambú la cual puso frente a él, con su uña trazó unos surcos paralelos y empezó a hablar:

“En este lado –mientras ponía una mano en el extremo de la cañita de bambú- vida, en este otro –repitiendo la misma operación con la otra mano- sueño, yo puedo ser esto –y delimitó un espacio central de cuatro palmos que había quedado entre dos de los surcos que había realizado-, y tú eres esto –y redujo el espacio que marcaba sus manos unos tres palmos y medio-, por eso no puedes hablar con tu alma ni con ese tal Dios”.

él no entendió nada y su cara de espanto no se hacía invisible a la profunda mirada de Él, quién siguió hablando:

“Hasta que no aprendas a oír y ver tu respiración no harás crecer el hueco entre la vida y el sueño, entre el consciente y el dormido, ni serás capaz de oír el eco de tu alma, cuanto más grande sea ese hueco más nítido oirás las palabras que vienen de ti mismo y que a diferencia de tu ser vivo y tu ser dormido nunca te engañarán ni te confundirán. Y eso será lo más cerca que estarás de conocerte a ti mismo y de haber hablado con ese tal Dios”.


Meditaciòn (I).


De frente a Él recordó el ya lejano día en que había llegado a la Indochina con el firme propósito de evangelizar a los hijos de los campos de arroz, él, un monje franciscano con una voluntad de hierro dispuesto a crear una misión costase lo que costase, enfrente suya encontró a ese otro Él del que tanto había oído hablar y al que había llegado fascinado por el camino alternativo que le ofrecía para llegar a su encuentro particular con Dios. Ni que decir que Él ignoraba de la existencia de su invitado, puesto que Él no tenía necesidad de saber de nadie más allá de sí mismo, era como un manantial que se regeneraba continuamente con el agua de la lluvia, sólo que en su caso esta lluvia procedía de Él mismo, sin embargo, como buen manantial siempre estaba dispuesto a saciar a todo aquella alma sedienta que acudiera a sus aguas.

él, siempre agradecido a Dios por la benevolencia con la que había tratado su “Misión”, ya mayor y un poco cansado, aunque fuera de inquebrantable espíritu, llevaba décadas oyendo historias fantásticas sobre ese misterioso Él de las montañas de más allá del infinito campo de arroz, había oído que tenía respuestas para todas las preguntas –“vaya blasfemia”, pensaba- así como preguntas para todas las respuestas –algo aún más transgresor-, decían que era un discípulo del mismísimo Siddhartha Gautama, que tenía más de mil años, que era capaz de levitar, incluso teletransportarse, y que se alimentaba de aire y luz.
Sin embargo esto no fue lo que convenció a él a acudir a su encuentro puesto que su fe indomable no le hacía acreedor de respuestas ni mucho menos se creía esos cuentos de ignorantes, lo que le encandiló de Él fue el hecho de que a través suya podría llegar a contactar con Dios con una intensidad mayor de la que nunca había experimentado a través de la oración, al menos esto es lo que dedujo del rumor que circulaba sobre Él según el cual este era capaz de conversar con su propia alma, lo que para él no podía ser otra cosa que la propia voz de Dios, esa voz de la que a él nunca le habían llegado más que susurros.

Cuando lo vio, a primera vista de Él le sorprendió su vestimenta, por más que conociera la pobreza de la región y que estuviese habituado a ver este tipo de sabios a lo largo de sus viajes por el Indostán, nunca imaginó que un personaje tan importante y conocido vistiera un hábito hilvanado de tan roídos y sucios harapos. Finalmente se sentó frente a Él a una distancia prudencial, se sorprendió del ensimismamiento en que se hallaba, como si estuviera fuera de la estancia, en cualquier otra parte, no se atrevió a sacarlo de su ensoñación y esperó, mirando esa mirada abierta pero a la vez vacía más propia de muerto que de un ser viviente, sin ningún atisbo de pestañeo ni de ningún otro tipo de movimiento. Después de dos cuartos Él volvió en sí, y algo cambió en su mirada que hizo que él se percatara.

jueves, 2 de junio de 2011

Los de aquí y los de allá.

Somos aquellos que nos acompañan y también los que en su día nos acompañaron, los que nos dejaron y los que hemos ido dejando, siempre en movimiento, nunca quietos, repartiéndonos por todos los que algunos vez fueron y reservándonos para los que más adelante serán, somos los que ya han venido y los que nunca volverán, los que volvieron y los que aún están por llegar, puede que tú los hayas olvidado, egoísta o merecidamente, con rencor o filantropía, con una puerta entreabierta o un muro inexpugnable, o puedes que seas tú mismo el olvidado de otro en el pasillo en que se hace este juego en el que unas pocas veces ganamos y otras tantas agonizamos. Somos los que fuimos y los que volvimos, los que partimos y los que tornamos,  los que borramos y los que recordamos, los que nos siguieron y los que desistieron unas manzanas más atrás,  los que sentimos y los que nos sintieron.
Me ahogo en este mar de lazos cruzados, me agobio con la instalación de los nuevos nexos que están por crearse, me aferro a los hilos que me hicieron gozar como si fuera una marioneta en busca de su cautiverio, y tiro de esos otros que necesito aunque a veces parezcan querer escapar como perros desbocados. Me aferro a ti sin resignarme a flojear porque sé que puede ser mi última oportunidad, y al mismo tiempo me intento soltar de otras cuerdas que me intentan ahogar.
En cierto modo soy los de aquí pero también soy los de allá, soy el de las mil conexiones y el de las ningunas connotaciones, y otras veces, solo algunas, todo lo contrario. Soy todo aquello que quiero ser y sin embargo todavía no he sido nada, soy también el que necesita salir y al mismo tiempo sueña con entrar, el ilusionado que espera cruzar el mar y al mismo tiempo el infeliz que desea retornar, me parezco al llanero solitario que huye por la tangencial con una sombra de príncipe al que no dejan amar, soy el que da las flores y también el que las quita, soy el rey lagarto, parto y reparto, y soy el bufón ciego en el reino de los tuertos. Porque unas veces nos toca ser todo y otras, desgraciadamente, no ser nada, unas veces ser amo y otra marioneta, unas veces dar y otras recibir, unas veces dañar y otras sufrir, unas veces ganar y otras perder, unas veces amar y otras llorar.

miércoles, 1 de junio de 2011

Papá te contaré otra vez.


Éranse una vez unos locos que decidieron irse de acampada a las plazas, no llevaban pantalones de campana ni colorearon mayo con flores rojas, no eran activistas políticos, ni tan solo estudiantes idealistas o rudos proletarios, muchos de ellos tampoco eran carne de ideología ni tenían banderas ni insignias ni etiquetas, solo megáfonos de cartón que empapaban, con sus mensajes, de justicia el cielo, no fueron necesarios adoquines ni barricadas, sino únicamente cadenas de eslabones humanos reclamando un poco de humanidad en esta civilización deshumanizada. No eran tan osados como para pedir lo imposible o reclamar un nuevo mundo, ni tampoco tan presuntuosos como para pensar que estaban cambiando la historia, simplemente pedían que lo que se decía hacer se hiciera bien, que todo acto no cayera en un saco roto empapado de hipocresía.
 Pues el enemigo de esta vez no era tan claro como el viejo gris e uniformado de los retratos, o los mapas de pocos colores que sobre el mapamundi dibujaban los imperios de entonces, tampoco lo eran las guerras injustas -aunque todavía siguiera habiéndolas- pues por desgracia casi nadie se acordaba  ya de ellas,  esta vez los enemigos eran unos verdaderos gigantes tan peligrosos y tolerados como protegidos por esa marea inabarcable de aroma nauseabundo en que se había convertido la política; enemigos todos mimetizados con el ambiente, inmiscuidos entre nosotros como una quinta columna, escondidos en las más irreverente cotidianeidad.
En cuanto a los actores principales esta vez no eran el producto de una generación perdida que decidió rebelarse contra el conservadurismo de sus padres, no eran hijos de posguerra ni proletarios que aún creían en la utópica sociedad igualitaria, sino simplemente pobres diablos sin trabajo, licenciados encaminados hacia el mismo destino, amantes insatisfechos de una tal Democracia vaga y acomodada, e indignados enojados con el tráfico de esclavos tolerado y sangrante que practicaban esos  gigantes de los que hablé antes. Gentes de infinitas procedencias, edades y realidades que no se creían el teatro de marionetas alevosamente perpetrado por los que controlaban el cotarro, ni los terribles y cínicos llantos de los bancos. Voces  antes atormentadas por sentirse solas en su crítica muda al sistema, y voces que al fin, y gracias a un verdadero drama como escenario, se acabaron encontrando y gritaron al unísono hasta silenciar el rumor de esas  plazas ruidosas.

viernes, 20 de mayo de 2011

Negro oscuro.


Esta noche puedo escribir la prosa más triste, y regocijarme en el más sucio fango, lo veo todo de color oscuro casi negro y me siento más solo y liberado que un desterrado, podría relatar las anécdotas menos reconfortantes y matar tus esperanzas no una sino dos veces, podría hacer que odiaras tu vida y este mundo nauseabundo, minar tus convicciones y aniquilar tus aspiraciones. Podría inclinarte a eliminar de tus paisajes cualquier vestigio de poesía e inmunizarte contra la más idealizada belleza. También podría desengañarte sobre la fragilidad de tus lazos afectivos y emocionales así como invitarte a abrazar la muerte como única opción de supervivencia.
Y  todo esto de la forma más natural y mecánica, no me valdría de graves traumas de la infancia ni de heridas incicatrizables del alma, no necesitaría potenciar tu desasosiego con drogas ni bañarte en un desequilibrante licor, no necesito conocer cómo te fue el día ni detalles útiles o superfluos de tu biografía, me sería indiferente si eres o no eres de una familia estructurada, si estás o no arraigada, puesto que los animales sienten dolor porque pueden huir mientras que las plantas mueren sin darse cuenta, estáticas. No requeriría conocer tus creencias, ni tu afiliación ideológica o política ni tu índice de materialismo o agnosticismo, cosas diferentes pero igualmente inútiles para el propósito que nos ocupa.
Podría hacerlo y lo haría sin dilemas morales ni escrúpulos de ninguna clase, el caso es si hacer esto… ¿me serviría de algo?

lunes, 16 de mayo de 2011

Puntos de vista.



Bueno… ¿qué tal te va la vida Aurita?

-Muy bien querido, Armando y yo ya llevamos juntos tres meses, una semana, cinco días y, a ver…. 3 horas y media, estamos muy felices, estamos muy enamorados, casi todos los días hacemos el amor una o dos veces (“eh quieto parado, por aquí no paso, pero qué está ocurriendo, cuentas las horas transcurridas desde una formalidad absurda, qué pasa, ¿que antes de ese 25 de marzo a las 8 y pico de la tarde no erais felices y no hacías el amor sino que solo os dedicabais a follar y a intercambiar fluídos como dos animales primarios?, y ahora me miras y me hablas de amor con una mirada límpida y clara parapetada entre dos ojeras como dos girasoles resultado de una noche … ¿mágica?").

-Ah muy bien, me alegro por ti Aurita –dije con desdén desde el cálido banco de madera del parque mientras observaba una paloma moribunda que esperaba el momento de lanzarse a la calzada.

-Claro que sí, por fin alguien que me quiere por como soy, para celebrar nuestra primera semana de novios me llevó a un restaurante vanguardista y me regaló una flor de azafrán con guirnaldas doradas, ¡un detallazo!, para septiembre nos vamos a ir a París una semana, va a ser increíble, allí … paseando por los Campos Elíseos agarraditos y por la noche cenar con la Torre Eiffel iluminada de fondo, es l’amour … ¿verdad? (Claro Aurita, claro que te quiere por como eres, por tus caderas pardas y sempiternas, por tus pechos, pequeñitos pero con una morfología y una colocación indecibles, por esos labios carnosos y por tu encomiable candidez, a veces estúpida pero repugnantemente encantadora, que detalle ¿eh? Una flor de azafrán nada más y nada menos. Aunque esto tiene un pase lo que ya me parece inadmisible es oírte divagar sobre lo que haréis dentro de unos meses, cuando ya tu cuerpo no sea una selva indómita por someter, tras un verano de tentaciones en cada esquina en forma de cuerpos desnudos o camisetas mojadas, de pantalones ceñidos y minifaldas imposibles sobre pieles vivas de color caoba. Aprovéchate y da gracias de que aún los pensamientos ocultos de Armando no cristalizaron en actos y de que aún te puede exhalar un te quiero ahogado en la nuca tras un orgasmo placentero, un te quiero que aunque sea mentiroso no por ello es falso porque todavía lo dice con sentimiento. Pero no, por favor no te engañes, somos amigos de hace mucho y te veo dirigiéndote sin opción hacia el precipicio, tu belleza es tu principal hándicap, así que no te engañes, las desavenencias de tu carácter tus caderas la metabolizan en poesía, nunca te verán como un igual sino como un camino de autosatisfacción, maldita candidez...).

Antropología entre terminales.



Cada vez que cogemos un avión seguramente no lleguemos nunca a ser conscientes de la cantidad de información y estímulos que recibimos, dirán que me equivoco, que no hacemos más que cruzarnos con un caudal inmenso de gente, nada especial ni distinto al que tratamos diariamente por la calle o en cualquier otro ámbito cotidiano. Precisamente aquí radica el quid de la cuestión, en el contexto de encontrarnos en una terminal dispuestos a subirnos a ese incierto futuro denominado avión, una situación forzada, un tránsito obligatorio y desnaturalizado de cualquier tipo de control que pueda considerarse “libre”, porque todos quieren ir a un sitio, de acuerdo, esa es la finalidad y es fruto de una voluntad, sin embargo cuando el avión es el medio todo cambia drásticamente. Ahora me dirán que un autobús,  un coche o un tren son también medios con carácter de trámite para alcanzar una finalidad, pero serán transportes acorde con la condición terrestre del ser humano, en cambio un ser humano en el aire –aunque sea el sueño de muchos volar- no está en su medio natural, en cierto modo es una alienación, igual que vivir por la noche y dormir por el día.
Si a todo esto le unimos el aterrador panorama de confiar nuestro desplazamiento a una máquina de la que a menos que seamos ingenieros aeronáuticos no tendremos ni la más mínima idea, y que es controlada por una misteriosa voz a la que nunca le ponemos cara, la situación se convierte cuando menos en aterradora o cómica puesto que el equilibrio en los humanos es poco menos que una quimera. Si a estos factores externos e irremediables le unimos las variables propias de cada individuo viajero, ya sea su predisposición y su índice de aprensión, acabamos creando un cocktail explosivo.
Partiendo de esta intensificación emocional externa se comprenden conductas tan dispares como fobias solo reprimidas a base de Diazepan, frivolidad extrema y parodias de muerte, lecturas impulsivas sin comprensión, situaciones de stress o diversión en alternancia… Todo esto en cuanto a manifestaciones externas de comportamiento, pero no queda la cosa ahí, tampoco debemos olvidar aquellas manifestaciones más propias del subconsciente pero igualmente interesantes, cuestiones pertenecientes al mundo simbólico. Por un lado tenemos al turista tipo, aquel que llevaba un letrero diciendo que es turista con su gorra de pescador, sus pantalones cortos, sus sandalias y sus camisetas de colores lisos; y por otro lado tenemos a aquellos que van al aeropuerto con sus mejores galas, como si salieran de fiesta, de hecho las mujeres más hermosas no se ven ni por las calles de Roma, París o Londres, sino en sus terminales. Algo que vendría a confirmar esa idea de viaje aéreo con destino incierto e incertidumbre, puesto que no se sabe lo que puede ocurrir, al menos estemos decente, algo así como una penitencia o una unción de enfermos. Obviamente estas ideas no tienen más ambición que la de ser divagaciones estúpidas, pero por otro lado esas conductas no dejan de ser ciertas. En cualquier caso por encima de toda esta tensión siempre tendremos un ejemplo perfecto de templanza y equilibrio en los cuerpos de azafatas y azafatos –y quiero pensar, mientras viajo de vuelta casa, que también en el piloto-, posiblemente los únicos individuos que hacen del aire otro medio complementario al terrestre.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Carta a una "femme fatale".


Sé que eres una femme fatale, una coleccionista de miradas, y sé también que soy el siguiente en tu lista de caprichos, sé que no saldré bien parado y sin embargo también sé que seguiré adelante. Después de todo quiero probarte, tu fama te precede, aunque esto signifique trocar una parte de mí por una enorme jaqueca crónica. No te sientas mal, no sé ni por qué te compadezco  puesto que en el fondo sé que  te dará igual siempre y cuando seas tú la que se salga con la suya. No temas por mí, no me planteo una existencia contigo más allá de este par de semanas, y no por el hecho de que me desagradaría sino más bien por lo inviable de intentar amarrarte.
Sin embargo, todas las que están hechas de tu materia prima tenéis la habilidad de desarmar mis precauciones, mi falso barniz de realidad, y entonces acaban por llegar los problemas y la situación se me va de las manos. De nada sirvieron las mil y una precauciones, sé que eres una devoradora de hombres y una arruinavidas y sin embargo, quién sabe si debido al fetichismo que exhalan los masoquistas imposibles, intentaré conquistarte, someterte, amarrarte de la mejor manera que sé.
Obviamente esto será inútil, otras veces lo intentaron otros, mucho más avezados y entrenados en el arte de la seducción, y salieron siempre mal parados. No voy a evaluar tu calidad moral, ya que es tu condición natural la que te ha hecho así, nunca te pediría explicaciones y nunca te preguntaría más allá de lo estrictamente necesario para nuestra relación, conozco vuestros códigos, los he sufrido, pero aquí estoy sin poder evitar la persecución de una fantasma.
Sé que harás alarde de tus artes dramáticas, que serás encantadora y que me harás sentir el hombre más exclusivo y especial del mundo, como también sé que esto no es más que parte de tu macabro don en cuanto a que esto mismo se lo hiciste sentir a los demás y ahora mismo se lo haces sentir a otros, tranquila, no me importará y acabaré creyéndome ese palacio  ficticio que me presentas, entonces serán cuando empiecen los problemas. Que conste que no estoy dudando de tus sentimientos, solo denunciando la caducidad temprana de los mismos.
Pero qué otra cosa puedo hacer, volvería a tropezar contra la misma piedra una y otra vez si con ello tengo la posibilidad de cobrarme esas horas del indecible placer de tu compañía. Volvería a pelearme una y otra vez por la mísera satisfacción de la reconciliación, a fin de cuentas todo acaba resumiéndose a un problema de cifras y magnitudes.

martes, 10 de mayo de 2011

Ítaca.



Muchos meses han pasado desde que inicié mi viaje a Ítaca, en todo este periplo he visto tantos bellos lugares que me he inmunizado contra la belleza, he conocido personas de toda ralea, moral y condición, también he contactado con las musas y en algunos casos con alguna que otra femme fatale disfrazada de musa,  he coleccionado mil aromas, he recorrido cientos de millas, he parado en decenas de estaciones y de puertos, he sentido varias lenguas, he amansado más de mil experiencias, he descubierto nuevos horizontes y he acordado el descubrimiento de otros para el futuro. He compartido mesa con gente del lugar, con gente de otros credos, con gente como yo, con gente especial, con gente subnormal, con gente a secas, y de todos ellos he intentado experimentar  sus usos y sus gustos.
He visto cientos de amaneceres diferentes  y algún que otro más atardecer, me he conmovido, he llorado, he reído, he odiado, he amado, he querido, me he divertido y aburrido, he olvidado y he recordado, he necesitado, he prestado, he cogido, he dado, he añorado, no he buscado y sin embargo he encontrado, así como he buscado sin haber encontrado. He divagado sin rumbo y sin embargo nunca tuve la sensación de andar errado. He tenido objetivos, algunos cumplidos, otros fracasados.
Por si acaso todavía no llegas a entender que es Ítaca, primero te diré que no debemos hablar de Ítaca sino más bien de Ítacas, Ítaca aunque te parezca contradictorio no es un punto geográfico escondido entre paralelos y meridianos, tiene muchas caras puesto que existe una Ítaca interior y otra exterior, desde aquella  hermosa Penélope que desde la lejanía nos decía hasta luego hasta aquel recodo del camino en el que nos encontramos inverosímilmente después de andar perdidos, Ítaca es un aprendizaje, un camino de perfección, un camino de elección, el camino de llegar a ser lo que se debe ser.
Cada uno tiene sus propias Ítacas y su misión debe ser por tanto encontrarlas, unas veces se distinguirá su silueta sobre el mar turquesa, otras, se difuminará como un espejismo como la arena entre nuestros dedos, incluso habrá veces en que nunca –y cuando digo nunca es nunca- ni siquiera llegaremos  a avistarla, a sentirla ni a tocarla. Si eres afortunado y has sabido granjeártelo llegarás joven y vigoroso y podrás disfrutarlas,  otras, sin embargo,  llegaremos a esas Ítacas para morir dulcemente después de un largo y rico camino.
En cualquier caso no se debe desistir, las Ítacas nos esperan, nos observan, encarnadas en ese compañero de viaje aún por encontrar, a través de ese amor aún por conocer, a través de ese sueño por cumplir, a través de esa ilusión aún por vivir, hagamos que nos acechen, nunca nos rindamos ante la adquisición de experiencias y conocimientos con los que desnudar esas Ítacas para hacerlas de carne y hueso. Ítaca quizás te frustre, quizás te niegue la felicidad si acaso se puede asegurar que esta exista, pero nunca dejará de enriquecerte, de concienciarte, de hacerte sentir un “ser humano”.
Si después de esto todavía te preguntas qué son las Ítacas, olvídate de ellas porque nunca las encontrarás ni merecerás encontrarlas.

lunes, 9 de mayo de 2011

Tras una sombra (II)



Quizás hayas sido para mí demasiadas cosas: una disculpa a destiempo, un quiero pero no he podido, un juego de celos a dos bandas, un insulto y una alabanza, un pudo ser o no haber sido, un teléfono roto contra el suelo en mil pedazos y lanzado por la ventana a posteriori, una prisión y una liberación, una risa unas veces bonita, otras veces irónica, un momento de desnudo emocional intercalado con otro de incomprensión oral, un error de interpretación o mejor dicho un particularismo cultural difícil de digerir, una pataleta de niño, una llamada de atención injustificada, una necesidad de contacto en realidad no necesitada. Has sido tantas cosas que al final por sí solas estás por ser nada, nada más allá de un capricho, mi capricho.

lunes, 2 de mayo de 2011

Tras una sombra.




No sé qué demonios tienes, ni siquiera me tienes enamorado, apenas puedo asegurar que llegues a gustarme, y sin embargo aquí me tienes por gentileza tuya cenando techos de madrugada. Mi actitud es totalmente condenable, más aún cuando otras pierden el culo por mí y sin embargo las miro y no las tomo en serio, no despiertan en mí mayor interés que el de un caramelo a un niño pequeño, algo fácil, frugal, de caducidad temprana, tan exentas de interés que llego a desnudarlas con ojos fraternales.
Quizás sea tu mirada negra siciliana que escudriña hasta las entrañas, esa pasión al hablarme de tanta cosa o esa ficticia dulzura que se difumina en los gestos para dejar salir una personalidad de tanto carácter. Quizás sea ese lunar fetiche de tu abdomen, o tus caderas bien labradas, o quizás esos discursos sobre maoríes y antropólogos locos.
El caso es que estoy seguro de que ni siquiera me llegas a gustar y sin embargo no paro de preguntarme cómo es posible que me obligues a jugar a ese juego tan macabro, no paro de divagar el por qué de que des un paso para delante y dos para atrás o viceversa, el por qué de esas pérfidas alabanzas y esos trueques de manos, entrelazados con demandas sin respuestas y gélidos silencios, el por qué de tantos te quiero ver sazonados con descontextualizados insultos adolescentes que después van seguidos de escapadas injustificadas.
Curiosamente hace tiempo que te taché de mi lista, y aún así te niegas a salir, siempre acabas volviendo como un gato encelado, siempre acabas frotándote en mi pantorrilla, siempre acabas comiendo de mi comida, y siempre acabo aceptándote, y todo para qué, para que a la mínima que intento asediar tu sombra acabes fugándote entre las brumas.
Sinceramente, con tu mismo relleno, creo que si no fueras tan impenetrable, ni tan desafiante ni tan troyana no tendrías para mí el más mínimo interés y tiempo hace que habría dejado de tener sentido tanta inversión energética. Y lo más curioso de todo ¿sabes qué es? Que si no acabo cercándote no tendré nada más que una crisis de identidad por no haber sido capaz de someterte.