De frente a Él recordó el ya lejano día en que había llegado a la Indochina con el firme propósito de evangelizar a los hijos de los campos de arroz, él, un monje franciscano con una voluntad de hierro dispuesto a crear una misión costase lo que costase, enfrente suya encontró a ese otro Él del que tanto había oído hablar y al que había llegado fascinado por el camino alternativo que le ofrecía para llegar a su encuentro particular con Dios. Ni que decir que Él ignoraba de la existencia de su invitado, puesto que Él no tenía necesidad de saber de nadie más allá de sí mismo, era como un manantial que se regeneraba continuamente con el agua de la lluvia, sólo que en su caso esta lluvia procedía de Él mismo, sin embargo, como buen manantial siempre estaba dispuesto a saciar a todo aquella alma sedienta que acudiera a sus aguas.
él, siempre agradecido a Dios por la benevolencia con la que había tratado su “Misión”, ya mayor y un poco cansado, aunque fuera de inquebrantable espíritu, llevaba décadas oyendo historias fantásticas sobre ese misterioso Él de las montañas de más allá del infinito campo de arroz, había oído que tenía respuestas para todas las preguntas –“vaya blasfemia”, pensaba- así como preguntas para todas las respuestas –algo aún más transgresor-, decían que era un discípulo del mismísimo Siddhartha Gautama, que tenía más de mil años, que era capaz de levitar, incluso teletransportarse, y que se alimentaba de aire y luz.
Sin embargo esto no fue lo que convenció a él a acudir a su encuentro puesto que su fe indomable no le hacía acreedor de respuestas ni mucho menos se creía esos cuentos de ignorantes, lo que le encandiló de Él fue el hecho de que a través suya podría llegar a contactar con Dios con una intensidad mayor de la que nunca había experimentado a través de la oración, al menos esto es lo que dedujo del rumor que circulaba sobre Él según el cual este era capaz de conversar con su propia alma, lo que para él no podía ser otra cosa que la propia voz de Dios, esa voz de la que a él nunca le habían llegado más que susurros.
Cuando lo vio, a primera vista de Él le sorprendió su vestimenta, por más que conociera la pobreza de la región y que estuviese habituado a ver este tipo de sabios a lo largo de sus viajes por el Indostán, nunca imaginó que un personaje tan importante y conocido vistiera un hábito hilvanado de tan roídos y sucios harapos. Finalmente se sentó frente a Él a una distancia prudencial, se sorprendió del ensimismamiento en que se hallaba, como si estuviera fuera de la estancia, en cualquier otra parte, no se atrevió a sacarlo de su ensoñación y esperó, mirando esa mirada abierta pero a la vez vacía más propia de muerto que de un ser viviente, sin ningún atisbo de pestañeo ni de ningún otro tipo de movimiento. Después de dos cuartos Él volvió en sí, y algo cambió en su mirada que hizo que él se percatara.

No hay comentarios:
Publicar un comentario