Muchos meses han pasado desde que inicié mi viaje a Ítaca, en todo este periplo he visto tantos bellos lugares que me he inmunizado contra la belleza, he conocido personas de toda ralea, moral y condición, también he contactado con las musas y en algunos casos con alguna que otra femme fatale disfrazada de musa, he coleccionado mil aromas, he recorrido cientos de millas, he parado en decenas de estaciones y de puertos, he sentido varias lenguas, he amansado más de mil experiencias, he descubierto nuevos horizontes y he acordado el descubrimiento de otros para el futuro. He compartido mesa con gente del lugar, con gente de otros credos, con gente como yo, con gente especial, con gente subnormal, con gente a secas, y de todos ellos he intentado experimentar sus usos y sus gustos.
He visto cientos de amaneceres diferentes y algún que otro más atardecer, me he conmovido, he llorado, he reído, he odiado, he amado, he querido, me he divertido y aburrido, he olvidado y he recordado, he necesitado, he prestado, he cogido, he dado, he añorado, no he buscado y sin embargo he encontrado, así como he buscado sin haber encontrado. He divagado sin rumbo y sin embargo nunca tuve la sensación de andar errado. He tenido objetivos, algunos cumplidos, otros fracasados.
Por si acaso todavía no llegas a entender que es Ítaca, primero te diré que no debemos hablar de Ítaca sino más bien de Ítacas, Ítaca aunque te parezca contradictorio no es un punto geográfico escondido entre paralelos y meridianos, tiene muchas caras puesto que existe una Ítaca interior y otra exterior, desde aquella hermosa Penélope que desde la lejanía nos decía hasta luego hasta aquel recodo del camino en el que nos encontramos inverosímilmente después de andar perdidos, Ítaca es un aprendizaje, un camino de perfección, un camino de elección, el camino de llegar a ser lo que se debe ser.
Cada uno tiene sus propias Ítacas y su misión debe ser por tanto encontrarlas, unas veces se distinguirá su silueta sobre el mar turquesa, otras, se difuminará como un espejismo como la arena entre nuestros dedos, incluso habrá veces en que nunca –y cuando digo nunca es nunca- ni siquiera llegaremos a avistarla, a sentirla ni a tocarla. Si eres afortunado y has sabido granjeártelo llegarás joven y vigoroso y podrás disfrutarlas, otras, sin embargo, llegaremos a esas Ítacas para morir dulcemente después de un largo y rico camino.
En cualquier caso no se debe desistir, las Ítacas nos esperan, nos observan, encarnadas en ese compañero de viaje aún por encontrar, a través de ese amor aún por conocer, a través de ese sueño por cumplir, a través de esa ilusión aún por vivir, hagamos que nos acechen, nunca nos rindamos ante la adquisición de experiencias y conocimientos con los que desnudar esas Ítacas para hacerlas de carne y hueso. Ítaca quizás te frustre, quizás te niegue la felicidad si acaso se puede asegurar que esta exista, pero nunca dejará de enriquecerte, de concienciarte, de hacerte sentir un “ser humano”.
Si después de esto todavía te preguntas qué son las Ítacas, olvídate de ellas porque nunca las encontrarás ni merecerás encontrarlas.
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