viernes, 24 de junio de 2011

Un poco de demagogia verdadera sobre dos democracias muy distintas (I).


Érase una vez una ciudad-estado que hace más de dos mil quinientos años decidió, tras pasar por el gobierno de unas pocas familias aristócratas y de una larga tiranía de una sola familia después, gobernarse a sí misma. Esta ciudad se encontraba en una región griega conocida como Ática y se llamaba Atenas, una ciudad que vería como poco a poco fue forjándose una auténtica democracia mediante la aparición de magistrados y organismos de gobierno que se verían obligados a interrelacionarse entre sí para dirigir los destinos del estado, un destino que antes de todo este movimiento había sido controlado por un consejo de aristócratas llamados “arcontes” y que juntos constituían el Areópago, el cual con el avance de la democracia acabaría por tratar sólo los delitos de sangre.
Así pues hace 2500 años apareció el primer organismo de la democracia, un consejo de 500 “diputados” conocido como Bulé, cuyos componentes eran elegidos anualmente mediante sorteo de entre todas las tribus que componían Atenas –en total unas diez, aportando cada una de estas cincuenta estos diputados-, decir que aunque se llamarán tribus en realidad eran como distritos en los que se habían perdido los lazos de sangre, esta Bulé elegía a los estrategos que, eso sí, eran electos de entre los grupos sociales más pudientes, siendo elegidos para un mandato de un año durante el cual detentaban el poder ejecutivo y militar de la ciudad –algo así como los ministros de hoy día, con la diferencia de que rivalizaban y discutían entre ellos pues no existía un presidente que los pusiera a dedo ni una política de partido-, siendo aparte encargados de dirigir a los hoplitas -la infanterìa- y a la flota si Atenas entraba en guerra. Si lo hacían bien podían ser reelegidos, pero si abusaban de su poder o a la hora de rendir cuentas al final de su mandato se descubrían irregularidades –un caso extrapolable a todas las magistraturas atenienses, no solo la de los estrategos-, estos podían ser denunciados, y tras una investigación, si salía culpable, obligado a pagar una multa o incluso condenado al ostracismo -el exilio-. Obviamente había muchas denuncias que encubrirían rencillas entre familias poderosas, pero una cosa estaba clara, si los “ciudadanopolíticos” hacían mal las cosas el pueblo no tendría piedad.
Volviendo a la Bulé otra de sus funciones era la política externa, cuestiones como decidir la paz o la guerra o coordinar las misiones diplomáticas, y por último preparar las disposiciones que se votarían en la Asamblea General de los atenienses, la llamada Eklesía, en la cual podían participar y votar todos los que tuvieran la condición de ciudadanos atenienses, algo asì como un referendum en el que se votaban disposiciones y acciones concretas. En cuanto a los diputados de la Bulé cada vez que asistían a la convocatoria de esta tenían derecho a una paga puesto que ese día no podían trabajar en su oficio respectivo, paga que no cobraba si por el contrario no iba.
En cuanto a los ciudadanos, tenían que vivir mentalizados de que seguramente alguna vez serían llamados a nutrir las filas de la Bulé, seguramente no todo sería idílico y también habría analfabetos y amaños, pero por otro lado esa democracia ateniense no acabaría hundiéndose por corrupciones internas sino por intervenciones externas, de hecho ya sea como capital de un imperio o como una ciudad de segunda –una vez perdido ese imperio- siempre siguió rigiendo los destinos de los atenienses, y en las pocas excepciones en que la democracia fue derrocada, no tardó demasiado en ser restituida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario