lunes, 16 de mayo de 2011

Antropología entre terminales.



Cada vez que cogemos un avión seguramente no lleguemos nunca a ser conscientes de la cantidad de información y estímulos que recibimos, dirán que me equivoco, que no hacemos más que cruzarnos con un caudal inmenso de gente, nada especial ni distinto al que tratamos diariamente por la calle o en cualquier otro ámbito cotidiano. Precisamente aquí radica el quid de la cuestión, en el contexto de encontrarnos en una terminal dispuestos a subirnos a ese incierto futuro denominado avión, una situación forzada, un tránsito obligatorio y desnaturalizado de cualquier tipo de control que pueda considerarse “libre”, porque todos quieren ir a un sitio, de acuerdo, esa es la finalidad y es fruto de una voluntad, sin embargo cuando el avión es el medio todo cambia drásticamente. Ahora me dirán que un autobús,  un coche o un tren son también medios con carácter de trámite para alcanzar una finalidad, pero serán transportes acorde con la condición terrestre del ser humano, en cambio un ser humano en el aire –aunque sea el sueño de muchos volar- no está en su medio natural, en cierto modo es una alienación, igual que vivir por la noche y dormir por el día.
Si a todo esto le unimos el aterrador panorama de confiar nuestro desplazamiento a una máquina de la que a menos que seamos ingenieros aeronáuticos no tendremos ni la más mínima idea, y que es controlada por una misteriosa voz a la que nunca le ponemos cara, la situación se convierte cuando menos en aterradora o cómica puesto que el equilibrio en los humanos es poco menos que una quimera. Si a estos factores externos e irremediables le unimos las variables propias de cada individuo viajero, ya sea su predisposición y su índice de aprensión, acabamos creando un cocktail explosivo.
Partiendo de esta intensificación emocional externa se comprenden conductas tan dispares como fobias solo reprimidas a base de Diazepan, frivolidad extrema y parodias de muerte, lecturas impulsivas sin comprensión, situaciones de stress o diversión en alternancia… Todo esto en cuanto a manifestaciones externas de comportamiento, pero no queda la cosa ahí, tampoco debemos olvidar aquellas manifestaciones más propias del subconsciente pero igualmente interesantes, cuestiones pertenecientes al mundo simbólico. Por un lado tenemos al turista tipo, aquel que llevaba un letrero diciendo que es turista con su gorra de pescador, sus pantalones cortos, sus sandalias y sus camisetas de colores lisos; y por otro lado tenemos a aquellos que van al aeropuerto con sus mejores galas, como si salieran de fiesta, de hecho las mujeres más hermosas no se ven ni por las calles de Roma, París o Londres, sino en sus terminales. Algo que vendría a confirmar esa idea de viaje aéreo con destino incierto e incertidumbre, puesto que no se sabe lo que puede ocurrir, al menos estemos decente, algo así como una penitencia o una unción de enfermos. Obviamente estas ideas no tienen más ambición que la de ser divagaciones estúpidas, pero por otro lado esas conductas no dejan de ser ciertas. En cualquier caso por encima de toda esta tensión siempre tendremos un ejemplo perfecto de templanza y equilibrio en los cuerpos de azafatas y azafatos –y quiero pensar, mientras viajo de vuelta casa, que también en el piloto-, posiblemente los únicos individuos que hacen del aire otro medio complementario al terrestre.

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