jueves, 18 de agosto de 2011

Los amantes del círculo polar.


¿Nunca se te ocurrió coger tu confortable vida de prestado redirigido, empaquetarla y mandarla al quinto infierno? Algo parecido debieron pensar esos dos locos valientes aquella fría tarde de otoño en que decidieron reinventar sus vidas con la diferencia de que ellos sí que darían el paso. Eran dos desengañados más de esa sociedad fría que se hallaba arraigada sobre unas raíces de humo, deshumanizada, cínica, desangelada, hipócrita, consumista, materialista, antinaturalista... No fue algo impuesto, tampoco fue consensuado ni acordado, digamos que simplemente fue intuido, prácticamente reconocido, el momento era ese, de lo contrario nunca volvería a presentarse tan claro, tan desesperado, simplemente llegó el momento en que se presentaron dos bifurcaciones inconexas y sin retorno más allá de aquel vértice que servía de origen.
Fue el producto de la evidencia, la fría certeza de que no había nada más allá de ellos mismos, todos sus lazos del pasado habían ido difuminándose hasta quedar como un sutil esbozo de compromisos y obligaciones difícilmente conservables y sin embargo fácilmente olvidables. En cuanto al destino se decantaron por un camino incierto y desconocido, pero por otra parte estaban seguros de que lo reconocerían en cuanto lo tuvieran delante. Tras algunos años de formación y de búsqueda errante llegaron a esa cabaña abandonada en medio de la nada, de la que tan solo sus maderas eran testimonio y señal de esa denostada civilización de la que huyeron tan afanosamente, una cabaña que con sus enredaderas salvajes y sus líquenes era una metáfora perfecta del giro total que ellos habían dado a sus propias vidas.
Cada día redescubrían la belleza de ese atardecer salvaje, y se conmovían cada solsticio con ese crepúsculo interminable que les regalaba el sol de medianoche, resucitaron viejos instintos, los más poderosos, aquellos que guiaban a la supervivencia, recordaron cómo se recolectaba y cómo se cazaba. Sólo se tenían a ellos y sin embargo no necesitaban a nadie más, recuperaron una pasión, no siquiera ya olvidada, sino incluso desconocida. Y en las largas noches de invierno rememoraron esas ya olvidadas miradas del pasado que estudiaban el cielo infinito desde el fuego de una hoguera, y es entonces cuando firmaban su perdición, y aun así cada día acudían nuevamente a la cita guiados por el más tentador masoquismo.
Sin embargo, la mayor satisfacción que vivieron fue coger su Winchester del 22 y matar de un balazo el tiempo, el compromiso, la obligación, la planificación, el deber, el interés, el don contra don, la necesidad, el amor y tantos otros convencionalismos que lastraban cualquier intento de libertad. Pudieron decir que fueron felices hasta el punto de obviar el hecho de que la felicidad fuese otro de esos convencionalismos. Y así vivieron años y años hasta que un día uno de los amantes faltó a la cita con las estrellas, y es entonces cuando el Winchester cerró el círculo que se abrió aquella fría tarde de otoño en que decidieron mandar todo al garete.

2 comentarios:

  1. "Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande, y eso que las he tenido de muchas clases. Sí, podría contar mi vida uniendo casualidades" (Ana, en "Los amantes del círculo polar", de J. Medem).

    Un peliculón, por cierto, en toda regla.

    ¡Qué desfachatez!

    Un abrazo.

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  2. Pog favoh caballero, vaya honor verlo por aquí!

    Sí, tenías razón, es de las mejores películas que he visto en mucho tiempo.
    Aunque para esta entrada sólo cogí el título.

    Nos vemos ;)

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