Nunca negaré nuestra relación de amor y odio, nunca olvidaré nuestros primeros revolcones, y con el paso de los años por fin empiezo a sentirme en deuda contigo, agradecido, porque si bien nuestro encuentro fue casual, si bien podría haber nacido en otro lugar, di mis primeros pasos junto a ti, me alimenté de tu sal y de tus peces, contigo jugué a mis primeros pilla-pilla, tú fuiste el primer aroma que degustaron mis fosas, tú fuiste la primera inmensidad en la que se perdieron mis ojos, tú te convertiste en testigo de mi clandestinidad, de mis primeros amoríos, en mi primer psicólogo cuando estaba al borde del colapso con ese contoneo tuyo que volvía a mostrarme el ritmo, a hacerme recuperar el sur en vez de perder el norte.
Y sin embargo, alma ingrata, siempre te negaba, siempre te rehuía, siempre te identificaba como uno de mis verdugos, y tú en cambio me respondías -y me sigues respondiendo- con postales de ensueño, pero no te quería oír, siempre empeñado en buscar el paraíso por otros derroteros, siempre empeñado en criticar tus creaciones, siempre negando mi propia identidad. Por suerte, con los años he empezado a reconocerme en el reflejo de tus aguas de mil colores, he empezado a reconciliarme y poco a poco a aceptarte, y a sentirme parte de ti, y en última instancia a enorgullecerme de ello.
No ha sido una conversión fácil, he tenido que recorrer mil caminos, verte escapar desde Tarifa, desgastarme entre Playamar, la Malagueta y la inmisericorde Misericordia, profanar tus paraísos ocultos en Maro, acecharte desde más de mil miradores desde Nerja a Barcelona pasando por Valencia, y siempre con el mismo regusto a viejo conocido, siempre encontrándote paralelismos con mil lugares de mi memoria. Te he visto nacer en Nápoles y te he visto devorar su imponente golfo, reflejar los rayos de fuego contra la silueta negra e imponente del Vesuvio. He violado con la mirada a unas de tus cientos de niñas bonitas en Positano, en Amalfi, en Sorrento. He buscado tus orígenes en Cuma y Pozzuoli y te he mirado en Capri con mis ojos, heridos y desbordados, de contemplar tanta idealizada belleza.
Y solo ahora empiezo a aceptarte, a fundirme con la hermosura de tus arenas, de tus cañaverales, de tus acantilados, a cortejarte, a enamorarme de tus casitas encaladas y de tus casitas de colores que se desploman vertiginosamente contra ti, a reconocerte como el lugar más maravilloso del mundo, no quiero Amazonas ni Pampas ni Cubas, no quiero Saharas ni sabanas, no quiero ciudades de hierro ni grandes llanuras, no quiero océanos preciosos pero inexpresivos, no quiero Chinas ni Indias, solo quiero que me dejen, en paz, contemplando tus playas de invierno y tus atardeceres rojos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario