Será la estúpida consecuencia de avecinarse a cumplir años…
Amanece un nuevo día y te encuentras frente al espejo lavándote la cara y cepillándote los dientes, la misma rutina y los mismos hábitos, sin embargo amanecerán algunos en los que el engranaje se atasque y el orden estricto de la costumbre se resquebraje, una arruga nueva en el contorno del rabillo del ojo o en la mueca circundante a la comisura de los labios, el avance decidido e impertérrito de una ojera, un cabello blanco sobre un mar de petróleo negro o, lo que es peor, un pozo vacío color carne. Y entonces te das cuenta, y sientes como se desdibuja tu rostro y emerge una patética expresión de negación frente a la dura y objetiva realidad con la que se regodea tu propio espejo, quién parece decirte entre carcajadas un discurso del tipo “te haces viejo”.Este último año pasó rápido, en parte porque lo forzaste tú mismo, y entonces comprendes el precio a pagar por la adquisición de ese profiláctico vital que te permite prevenir las trampas del día a día, la entropía de una vida nocturna intensa, el oscuro reverso de esos billetes que te permitieron comprar tanta cosa, la multa por querer exprimir el tiempo hasta hacerlo sangrar, el interés que, a costa de noches en vela, se contrae al emprender el noble camino del saber, el peaje a pagar por transitar la emocionante autovía de los excesos y de la vida desordenada -en este punto que cada uno se identifique con aquella inversión que más le plazca-. Caminos todos que a fin de cuentas tienen que rendir cuentas al escriba de las biografías ricas y plenas.
No obstante, mejor esto que vivir de forma anónima, mejor llegar tarde a la estación donde pasaba el último tren al paraíso, o coger un avión a ninguna parte, antes que quedarse sentado en el sillón viéndolas venir bajo un pusilánime manto protector de autocomplacencia y resignación. Como también es mejor actuar, a ser posible bajo el manto estoico de no esperar nada a cambio, y herirte y sangrar, ejercer tu derecho de ser viviente, reivindicar tu instinto de supervivencia. Pues de qué sirve todo este circo si después no dejas tu rúbrica, si no te desgastas lentamente entre las millones de calles recorridas, entre los recuerdos de las memorias de tus seres queridos, entre las piernas y el corazón de aquellas personas con las que compartiste algún -o con un poco de suerte muchos- dulce amanecer. Pues como ya han dicho otros “hay que ser (y hacer) lo que se es o no ser nada”.
Aún no me ha dado tiempo a leerlo todo pero... tiene buena pinta, algo más profundo que el mío, pero con ganas de leer más.
ResponderEliminarWell done !