lunes, 17 de octubre de 2011

Levántate y anda.



Mírate, te acabas de despertar y te ves frente al espejo, desnudo, no sólo física, también emocionalmente, mírate, pero mírate bien, no te detengas en lo superfluo, no mires el exceso o el defecto de músculo, tampoco el exceso o el defecto de grasa, no seas vacuo ni vacío, mira tus heridas, las de hoy y las de ayer, tanto las que todavía sangran como las cicatrices pasadas, reconstruye tu memoria con ayuda de los golpes, recuerda de dónde vienes porque de lo contrario estarás perdido, sí, cada vez eres más grande, más fuerte, más completo, más armado, pero a la vez lo descubres, no te gusta pero es así, y entonces lo ves claro, con la misma cadencia con que empezamos a hablar empiezas a entender y a ver que cada vez somos más vulnerables, que cada vez se multiplican los flancos débiles, que los intervalos crecen exponencialmente, pero no seas derrotista, mira de nuevo tus golpes, mira de nuevo tus heridas, ya has vivido esta batalla, en diferente grado quizás, pero no es nuevo para ti, descubre, descubre que por cada nuevo punto débil tienes a tu disposición una nueva salida, eres más astuto, tú debes ser quién abra tus propias puertas.
Sigues enfrente del espejo mirándote las llagas que todavía sangran, ahora viene esa odiosa pregunta: ¿cómo?
Te encuentras sólo y desamparado, superficialmente empiezas a compadecerte, pero tú mismo lo sabes, es algo superficial, un residuo de ese tiempo pasado en que cuando tenías frío te arropaban, en que cuando tenías hambre te alimentaban, en que cuando llorabas te ignoraban y dejabas automáticamente de llorar, así que en el fondo te das cuenta, te das cuenta de que pierdes el tiempo, vuelves a mirar tus golpes y heridas, no sólo las de hoy y las de ayer sino también las de mañana, aquellas que están por venir, aún no te han magullado pero sabes por dónde aparecerán, y si no te has percatado es porque no quieres aceptarlo, pero en el fondo lo sabes, no sabes el cuándo pero intuyes el cómo, y entonces si has hecho bien los deberes sabrás continuar el combate, te tambalearás, te derribarán, quizás te tiren para atrás, pero ya sabías que iba a ocurrir, ya lo has vivido, igual, mejor o peor, pero al fin y al cabo no es más que un recuerdo solapado y plegado sobre una de esas cicatrices del pasado.
Descubres que las lágrimas siguen ahí pero que ahora ya no se prodigan como antes, ya no van acompañadas de quejidos  ni gorgoritos sino que son silenciosas, descubres el poder de las palabras y cómo algunas de ellas no las disparas con la facilidad de antaño, en definitiva, ves como esas simples lágrimas y esos inocentes vocablos han aumentado su masa y sientes su peso clavado en tus hombros a base de un sinfín de martillazos biográficos. Entonces descubres la clave, empiezas a manipular eso de lo que tanto te hablaron cuando eras pequeño y que apenas te parecía algo más que la  legitimación de esa tiranía que se clavaba en tu piel virgen y que te tenía atenazado, eso que se hace llamar experiencia.
Sigues frente al espejo y mirándote a los ojos la descubres agazapada en esa nueva arruga que te ha salido en la comisura de los labios, en esa ojera tenue de decenas de noches en vela examinando lo ya pasado. La sientes, dentro de ti, pero sobretodo fuera, ves como se proyecta hacia tu entorno y la reconoces en las caras ajenas, casi como una partida de póker en la que juegas de memoria, no controlas la baraja pero te da igual, porque sientes las cartas y palpas escotillas en la oscuridad.
Eso sí, nunca cometas el error, el error de sentirte invulnerable, porque no lo eres y lo mismo recibes un poco que en apenas segundos te es arrebatado todo, siéntete invencible, sé ambicioso e inconformista, pero no llegues a cometer la osadía de creértelo, entonces sé humilde y no olvides que tú no tienes el último as en la manga. ¿Quieres eternidad y tienes delirios de grandeza? Allá tú pero yo me conformaría con no formar parte de ese cajón de sastre al que llaman olvido. Entonces sé generoso y agradecido, y disfruta de todo lo vivido pues eso te alzará cuando caigas dolorido.

domingo, 2 de octubre de 2011

El Árbol de la Vida.


Aunque me encuentre ante la coyuntura de tenerlo delante de mis ojos,  al mismo tiempo me siento con un trapo en la boca que no me deja narrarlo.
Digamos que en el fondo, muy en el fondo lo sabemos, una certeza, una voz procedente de una fuente cuyo origen no se puede discernir pero que a la vez es la misma que nos nutre a todos, de donde vienen esas respuestas bajo un eco mudo que la mayoría de las veces no podemos decodificar y que tan solo nos deja una sensación de cierto malestar mezclada a veces con un ápice de suave remordimiento, si acaso las cenizas de una enorme convulsión interna , y que sin embargo yace ahí y la sentimos aunque no la entendamos.
También es esa fuente de la que proceden esos pensamientos fugaces que nos llegan en ese umbral del que el sueño es acceso, y esos otros que nos saludan por la mañana cuando todavía no hemos despertado. Esa fuente de la que proceden esos impulsos intuitivos que te dicen cuando lanzarte y cuando pararte, cuando dejarte atrapar y cuando escapar, ese rayo X que te advierte de que ahí fuera, o mejor dicho allí dentro, hay probablemente algo más de lo que crees sospechar.
De esa fuente proceden también los miedos más terribles y ocultos del ser humano, aquellas respuestas que nunca nos gusta oír porque apenas llegamos a siquiera digerir, pues entender está claro que nunca serán entendidas. Y quizás sea consecuencia de esa misma los mayores pecados del ser humano, pecados que en muchos casos derivan de las más loables de las virtudes, si acaso el relativismo nos deja hablar de virtudes.
Dicho esto pongamos por caso la confianza. Si la proyectamos desde dentro, si tiene buenos cimientos y esfuerzo sustentándola, si la usamos como adhesivo de nuestras relaciones, entonces tendremos a nuestro favor una fuerza de alcances insospechados. Sin embargo, esa misma confianza mal entendida puede llevarnos al más terrible de los fracasos, a la más cruel de las frustraciones hasta hacernos perder la cabeza. Es esa confianza mal entendida la que nos lleva a enjuiciar con conceptos humanos los envites que vienen de una fuerza superior y extraña a lo propiamente humano, el mismísimo Universo. Un Universo que nos creó por accidente y del que no somos más que unas marionetas ciegas con un par de cabos sueltos, pero irremediablemente unidas a su praxis irracional, causal, omnipotente y brutal.
Ya la lié con el juicio de brutalidad, pues qué son para nosotros las hormigas que cuando somos pequeños machacamos o lisiamos cruelmente con nuestros dedos, pues bien, comparemos la magnitud y realizamos una aproximación del valor absoluto de esos insectos con respecto a nosotros, y no me vale la infravaloración por el hecho de que no actúen más allá que por el instinto -un debate que aparte no nos ocupa en este caso- y es entonces cuando descubriremos que aun así  la diferencia de la magnitud de nosotros con respecto a los dictámenes ciegos y totalmente anónimos del Universo es infinitamente superior que la magnitud que rige la relación de cualquier otro ser vivo con respecto a nosotros, y sin embargo no caemos en valorar su pérdida, algo por otra parte de lo más normal . Es cruel, claro que sí, pero qué hiciste para merecer tu vida, ¿acaso elegimos estar aquí?,¿ acaso llegamos a aprovechar mínimamente la gracia que nos concedieron? Que cada uno se susurre la respuesta.
Quizás lo primero que deberíamos hacer es cuestionarnos  a nosotros mismos antes que cuestionar, que juzgar, que condenar a esa fuente, esa fuerza omnipotente e irracional que por la mezcla de un enorme accidente y una casualidad mucho más que milagrosa acabó por crearnos a nosotros.
Somos tierra y a la tierra volveremos, aunque nos duela, aunque nos mate, aunque sea justo o injusto. Salgamos de la burbuja, seamos conscientes de lo que realmente hay ahí fuera y entonces una vez huidos de la oscura caverna empecemos a vivir y aprovechar, no veamos el tiempo como un castigo, como un reloj de arena cargado de subjuntivos nunca ocurridos sino más bien como una prórroga, el más grande de los regalos, no contemos hacia atrás sino hacia delante,  el día que nos alcance la noche brindemos por los buenos momentos pasados en el camino que ya otros brindarán por nosotros más adelante. No nos quedemos con lo triste y lo injusto de lo poco que vivimos sino lo bien y lo alegre de todo lo vivido. La eternidad no es un paraíso sin fecha de clausura sino las memorias de aquellos que reconstruirán tu vida con sus cuentos, así que procúrate un final feliz para cada momento que compartas.

miércoles, 31 de agosto de 2011

La dura historia de Peppino.(Parte II)

Guerras, guerras cuya única premisa era la lucha sin cuartel: en cualquier calle, en cualquier esquina, en cualquier momento, contra cualquier negocio, contra cualquier tipo del clan rival; Domenico Macamazzone, el capo de los Macamazzone, había llegado la conclusión de que esta era la única solución después de ver como en los últimos tiempos apenas tenía márgenes para remunerar a los suyos, por lo que una guerra daría o bien nuevos tributos a la familia o en el peor de los casos menos bocas que alimentar.
En este tipo de guerras totales por lo general había dos frentes, uno público que desangraba las calles con vertiginosos encuentros y tiroteos tanto a pié como desde las “motorino”, con tiroteos de presentación a los nuevos negocios a los que se pretendía cobrar el tributo, este frente era sin lugar a dudas el más vistoso y por consiguiente el más peligroso. Y después estaba la otra vertiente más intimista y privada, los llamados trabajos finos, encaminados a eliminar a los capos y a los jefacillos rivales para así descabezar a la familia y provocar el caos interno y la división entre los que estaban dispuestos a seguir la guerra guiados por la sed de venganza y los que veían el alto el fuego como la mejor opción para reorganizarse, y así dejar la venganza para más adelante cuando la supremacía de los otros les hiciera acomodarse y en ese caso despacharles una venganza bien fría.
Peppino, ante esta situación, tenía una cosa clara y es que no iba a dejar pasar por alto esta oportunidad. No sería la primera vez que mataría, que se lo digan a aquel pobre diablo recién llegado a Forcella que tuvo la mala fortuna de llamar “enanito” a la persona equivocada, aunque tampoco se puede decir que fuera un pistolero consumado. Claro que para entender la habilidad de Peppino antes tendrían que hacerse una idea del escenario. No sé si conocen Nápoles, para hacernos una idea digamos que son un par de larguísimos ejes relativamente anchos que se cruzan perpendicularmente,  y en paralelo a estos dos ejes un sinfín de callejuelas estrechas que se pierden en la oscuridad –los llamados vicos-, en definitiva, un lugar idóneo para golpear y escapar. En este ambiente fue donde Peppino comenzó a forjar su leyenda, su “modus operandi” siempre solía ser el mismo y se podía decir que era infalible, siempre sabía ingeniárselas para granjearse una banda de muchachos entre la que camuflarse, después simulaba comportarse como un chiquillo más pero al mismo tiempo hacía de “palo” y no se le escapaba  una.

Podía estar horas esperando a su víctima, incluso días, si Peppino tenía alguna virtud esa era la paciencia, paciencia para esperar sin temor alguno, dentro de la boca del lobo, a que saliera su objetivo, respecto a la guerra, el toque de queda había quedado fijado para las cuatro de la tarde en adelante, por lo que sólo pasaría inadvertido por las mañanas. El primer encargo de Peppino, una vez había comenzado la guerra, fue cargarse a un tendero que se había pasado el tiroteo de advertencia por la suela de los zapatos, normalmente no era tan cruda la realidad y solían darte más avisos, pero Domenico Macomazzone quería una guerra lo más rápida y limpia posible –para su clan-por lo que quiso dar un golpe sobre la mesa y hacer escarmentar a los demás tenderos y pizzeros de Spaccanapoli para hacerles entender que quien no pagara el tributo lo pagaría con su sangre. El plan era tan sencillo como entrar en la pasticeria de Ciccero –que ya tenía la fachada marcada por balazos-,  pedir una riccia y un café espresso, y mientras el rebelde de Ciccero le diera las espaldas clavarle dos balazos mortales en la nuca. Después llegaría el momento más complicado una vez que los “palos” de los Esposito habrían dado la voz de alarma, el de la huída vertiginosa a través de los vico.
Dicho y hecho, Nápoles no estaba hecha para dudar, se vivía intenso siempre con la muerte pisándote los talones y también si no te andabas con ojo se moría rápido, ya lo dice el dicho “Ver Nápoles y morir”. Mientras tanto en el pueblo empezaba a forjarse un nuevo ídolo, la del “giovanotto fatale” (el jovencito terrible).

sábado, 27 de agosto de 2011

La dura historia de Peppino.(Parte I)


La Nápoles de “Peppino” era una Nápoles derruida, con sus calles sangrando y agonizando por el terrible terremoto de un par de años de atrás, un espectro de ciudad que intentaba regenerarse en vano, una Nápoles dura y sombría donde los recursos escasearon mucho más de lo habitual y en donde había que estar dispuesto a pelear por llevarse un mísero trozo de pan a la boca. Por lo demás, más allá de aquel anómalo escenario con aroma a posguerra, nada había cambiado.
Supongo que os preguntareis quien era ese tal Peppino, una pregunta complicada pues a los personajes de su naturaleza les gustaba ser temidos, el temor marcaba el prestigio en las calles, pero en cuanto a ser reconocidos sólo lo justo y necesario pues en ello les iba la vida, eso sí, no renunciando nunca a su parte de la leyenda. Peppino di Mauro tenía un trabajo y en su desempeño se podría decir que era brillante, y no sólo eso, era incluso admirado, un ejemplo a seguir, un ídolo infantil más como cualquier futbolista de la época, quién sabe si por el físico infantil  del propio Peppino. Una apariencia que guardaba en su origen una triste historia, la de ese niño bastardo y maldito que había nacido de las entrañas de una prostituta calabresa y que desde pequeño había sufrido palizas un día sí y otro también, en una de estas cayó por las escaleras y se rompió los dos fémures, acabando de esta manera su etapa de crecimiento a los diez años.
Imagínense lo que podía significar quedarse en un metro cuarenta para el resto de tu vida en una ciudad como Nápoles, sin embargo, Peppino no estaba dispuesto a dejarse torear y lo que le faltó de físico lo compensó con creces con una mala leche visceral. Nápoles era una ciudad miserable, desde el terremoto aún más, esto tenía un aspecto positivo y es que todavía no se había disipado esa solidaridad vecinal como ya había ocurrido en la mayoría de las grandes ciudades, Nápoles era como una ciudad que se negaba a ser ciudad y prefería seguir siendo pueblo. Dentro de semejante panorama, Peppino pudo enrolarse en las filas de los Macomazzone y trabajar como “palo” para uno de los jefacillos del barrio, a simple vista no se distinguía de los otros niños por lo que era perfecto para desarrollar esta labor, labor que consistía en estar todo el día, como un palo, controlando una zona como el que no quiere la cosa y avisar si las cosas no transcurrían por cauces normales, ya fuera una injerencia policial o incursiones de algún clan rival.
Los años fueron pasando y Peppino no se conformó con ser un peón más dentro del clan de los Macamazzone, por aquel entonces había ascendido dentro de la familia y ahora él era otro jefacillo más que se encargaba de organizar la recaudación del tributo entre los tenderos de su zona y de supervisar que los “palos” estuviesen en su sitio. De todas formas, sólo con motivo de una campaña expansiva empezaría a escribir su propia leyenda, y este tipo de políticas en Nápoles solo podían significar una cosa: una guerra entre familias.

viernes, 26 de agosto de 2011

Los hijos del clan.


Todo nuevo hijo que madre daba al clan de Cierva desde muy pronto iniciaba el camino de aprendizaje que debía prepararle para superar el desafío de madurez. Desde pequeños, cuando todo el clan se reunía alrededor de la hoguera para contar las anécdotas del día, oían las historias de como los primeros hijos del clan  superaron con ayuda del fuego el miedo a ese mundo negro que estaba a sus espaldas y que se abría en lo más profundo del abrigo de la gran montaña que les servía de hogar, un mundo tenebroso y oscuro, mucho más que la noche, del que apenas le llegaban susurros ininteligibles y ecos de gotas que caían sobre lagos invisibles que se perdían en el vació de la oscuridad sin ser vistos. Desde entonces habían nacido tantos hijos en el clan que les era imposible recordar los nombres de sus antepasados, claro que el respeto y el ejemplo de su enorme valentía estaban todavía en boca del clan.
Los jóvenes también oían ensimismados las historias de aquellos hijos del clan que no se conformaron solamente con penetrar en la oscuridad del mundo negro, y que dejaron dibujadas las siluetas de cierva, el ánima del clan, junto a unas rayas y marcas desconocidas que todavía no acababan de comprender. De  estas historias también grababan en su memoria la situación de la cierva y los pasos a atravesar para llegar a ellas, pues todos sabían que tarde o temprano como hijos del clan debían demostrar su valía y sellar su pertenencia al clan encontrando esa cierva roja de la que habían oído tanto hablar, para ello, tenían que vencer el terror a lo desconocido y adentrarse en el mundo negro, con ayuda del fuego y de la cuerda, debían vencer a la excitación y templar sus nervios ya que la entrada en el mundo negro no suponía solo un viaje de ida, y debían tener capacidad de organización, la misma que no muchos amaneceres después les serviría tanto en el mantenimiento del clan y como en la caza.
Sólo después de esto podían llegar al disfrute y el estremecimiento de ver por primera vez a cierva roja a través de la luz del fuego, padecer el éxtasis de haber sido capaces de encontrarla después de haber superado decenas de obstáculos y peligros, y lo que quizás sea aún más importante, conseguir la aprobación del mentor  que los seguía a distancia y que una vez vueltos al mundo de la luz debía pedir a los demás miembros adultos del clan la aceptación de los jóvenes dentro del círculo de madurez.
De esta forma renacían dentro del clan gozando de todos los privilegios, ya podían participar en el aprovisionamiento de alimentos  como cazadores, pescadores o recogedores de frutos, tenían voz y opinión en las reuniones que decidían las actuaciones de las que dependía el futuro del grupo,  podían mantener  la supervivencia del clan con su sangre a través de su progenie y también conseguían el derecho a contar historias, pues no se entraba –y se regresaba con vida- todos los días en el mundo negro.

lunes, 22 de agosto de 2011

¡Pelea, viejo, pelea!



La muerte nos acecha en cada esquina
nos recuerda que nada nos pertenece
aunque nos engañemos a cada instante
con las migajas que caen de la mesa.
No existen ni ideologías, ni moral ni victorias,
solamente analgésicos materiales y caducos.
No te querrás dar cuenta hasta el día de tu muerte,
pero al final entenderás que no hay lugar a paraísos,
sino solamente huesos, polvos y cenizas.
Deja de engañarte, aunque así disfrutes
pues  recuerda que una vez llegada la mancha
no queda nada al descubierto, ningún pasado, nada.
No todo es malo, es solo una vuelta a los orígenes
un billete sin retorno de retorno a la inexistencia
así que no pierdas tu tiempo en inútiles rodeos,
actúa hoy y vivirás mañana, no hay otro camino
hagas lo que hagas no tendrá su eco en la eternidad,
acaso en unos legajos sucios, en una historia anónima,
pero no podrás nunca llegar a escuchar esas voces mutiladas.
Las muertes acaban siendo poco más que estadísticas
poco más que una exclamación muda de pavor,
tan intensa como imperdurable en la eternidad,
en este frío invierno de calores y carnes rosadas.
Mira el reverso, el lado bueno, no heredas sufrimientos
¿acaso no es esto suficiente reino de los cielos?
Para algunos será un castigo, pero al menos es imparcial,
todos nacemos desnudos y acabamos muriendo solos.
salid de vuestra burbuja y disfrutad, sin presuntuosidad,
Y nunca vuelvas a olvidarme, ni a mí ni a la mancha
que acaba devorándonos como una lengua de lava fría.

jueves, 18 de agosto de 2011

Los amantes del círculo polar.


¿Nunca se te ocurrió coger tu confortable vida de prestado redirigido, empaquetarla y mandarla al quinto infierno? Algo parecido debieron pensar esos dos locos valientes aquella fría tarde de otoño en que decidieron reinventar sus vidas con la diferencia de que ellos sí que darían el paso. Eran dos desengañados más de esa sociedad fría que se hallaba arraigada sobre unas raíces de humo, deshumanizada, cínica, desangelada, hipócrita, consumista, materialista, antinaturalista... No fue algo impuesto, tampoco fue consensuado ni acordado, digamos que simplemente fue intuido, prácticamente reconocido, el momento era ese, de lo contrario nunca volvería a presentarse tan claro, tan desesperado, simplemente llegó el momento en que se presentaron dos bifurcaciones inconexas y sin retorno más allá de aquel vértice que servía de origen.
Fue el producto de la evidencia, la fría certeza de que no había nada más allá de ellos mismos, todos sus lazos del pasado habían ido difuminándose hasta quedar como un sutil esbozo de compromisos y obligaciones difícilmente conservables y sin embargo fácilmente olvidables. En cuanto al destino se decantaron por un camino incierto y desconocido, pero por otra parte estaban seguros de que lo reconocerían en cuanto lo tuvieran delante. Tras algunos años de formación y de búsqueda errante llegaron a esa cabaña abandonada en medio de la nada, de la que tan solo sus maderas eran testimonio y señal de esa denostada civilización de la que huyeron tan afanosamente, una cabaña que con sus enredaderas salvajes y sus líquenes era una metáfora perfecta del giro total que ellos habían dado a sus propias vidas.
Cada día redescubrían la belleza de ese atardecer salvaje, y se conmovían cada solsticio con ese crepúsculo interminable que les regalaba el sol de medianoche, resucitaron viejos instintos, los más poderosos, aquellos que guiaban a la supervivencia, recordaron cómo se recolectaba y cómo se cazaba. Sólo se tenían a ellos y sin embargo no necesitaban a nadie más, recuperaron una pasión, no siquiera ya olvidada, sino incluso desconocida. Y en las largas noches de invierno rememoraron esas ya olvidadas miradas del pasado que estudiaban el cielo infinito desde el fuego de una hoguera, y es entonces cuando firmaban su perdición, y aun así cada día acudían nuevamente a la cita guiados por el más tentador masoquismo.
Sin embargo, la mayor satisfacción que vivieron fue coger su Winchester del 22 y matar de un balazo el tiempo, el compromiso, la obligación, la planificación, el deber, el interés, el don contra don, la necesidad, el amor y tantos otros convencionalismos que lastraban cualquier intento de libertad. Pudieron decir que fueron felices hasta el punto de obviar el hecho de que la felicidad fuese otro de esos convencionalismos. Y así vivieron años y años hasta que un día uno de los amantes faltó a la cita con las estrellas, y es entonces cuando el Winchester cerró el círculo que se abrió aquella fría tarde de otoño en que decidieron mandar todo al garete.