Abro los ojos, estás ahí, mejor dicho, me acechas desde tu lado con esa mirada felina aguardando el momento justo para lanzarte sobre mí a la mínima que me descuide. Es el segundo día en nuestra particular guerra, los bombardeos comenzaron en la tarde del día anterior en otro escenario completamente distinto. Entonces me provocaste -con esa misma mirada que ahora acababa de darme los buenos días a las seis de la tarde-, por lo visto no fue tu primera violación visual, sí la primera que capté, como bien sabes siempre destaqué por mis “reflejos” y por mi “rapidez mental”, ¿qué se la va a hacer?, no te preocupes, en tu defensa debo decir que fui yo el primero en provocarte eligiendo aquella esquina en la que danzabas desatada, una auténtica violación espacial.
Miro las consecuencias de nuestra particular batalla, nuestros uniformes yacen por el suelo ordenados en perfecto orden según el cual fueron desprendiéndose, me miro en el espejo improvisado que me ofrece una copa de vino, busco el reloj en vano –si sé que son las seis es porque veo a través de las cortinas esa claridad plomiza y agradable-. Estamos en zona de guerra, hemos establecido una cuarentena hacinados entre cuatro paredes.
Recapitulando podemos decir que intentamos dialogar entre humo y sorbos de vino, pero fue imposible evitar el enfrentamiento directo antes de alcanzar el ecuador de la botella, habíamos caldeado tanto el escenario que luego se nos hizo imposible enfriarlo, comenzaron los bombardeos, la penetración por tierra y por aire. Una auténtica orgía de respiraciones entrecortadas y gemidos de heridos en la noche, alguna que otra tregua pactada para recoger nuestros propios despojos, y de nuevo el inicio de las hostilidades, y de nuevo el mismo guión de saliva, sudor y lágrimas, así hasta caer rendidos cada uno de nosotros con una ficticia sensación de victoria en nuestras respectivas trincheras.
Todo yacía tranquilo, impertérrito, hasta que un valiente se decidió a penetrar en tierra hostil, podía sentir todavía las huellas del enfrentamiento, la tierra aún seguía caliente y húmeda, esto no le detuvo y en una muestra de su osadía te lanzó el órdago, y de nuevo se reanudaron las hostilidades bajo la clandestina mirada de la luna. Quizás fuera por el despertar violento tras un placentero reposo guerrero, o por tratarse de un combate casi onírico a ojos vendados, el caso es que fue todavía más crudo que el primero, sin saber cómo nos despojamos las armas, olvidamos cualquier protocolo, nos barbarizamos, nos arrebatamos el último vestigio de humanidad y nos convertimos en animales, usamos nuestras mandíbulas, nuestras uñas, nuestras manos como armas mortales hasta que al fin tras varios encuentros terribles, temblando y con las miradas idas caímos rendidos sobre el acogedor campo de batalla.
Curiosamente cada uno sabemos del otro mucho más que bastantes de nuestros conocidos aunque todavía no sepa ni tu nombre.

Preparados para la guerra...
ResponderEliminarQue guerrillera se ha levantado hoy...
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