martes, 5 de abril de 2011

Un hermoso final.


Y ese fue su final, una muerte indigna pero maravillosa. La sobredosis vino suavizada por una gran cogorza, de todas formas sus nervios estaban quebrados por la mala vida de los últimos años, en pocas palabras, era inmune al dolor,  la muerte de su mujer también supuso la muerte de su ser, si bien su cuerpo macilento caería diez años después, pero como dije antes, solo el cuerpo, pues era un envoltorio sin alma.
Cuando la policía descubrió el pastel, el desgraciado se encontraba tirado en el sillón con la barbilla encajada en su pescuezo, es realmente curiosa la macabra hermosura que desprende la muerte en ciertas ocasiones, sobretodo en aquellos casos en los que el individuo parece que duerme apaciblemente. El salón era una pocilga de la que apenas se entreveía la opulencia de aquellos felices años del pasado, una copa de cristal de bohemia permancía en el suelo rota en mil pedazos, el coñac que esta contenía yacía esparcido por la alfombra y la botella apenas guardaba un mísero resto.
Llevaba muerto un par de días, aunque en un principio creyeron que estaba vivo porque se escuchaba una hermosa canción de fondo, pero pronto comprobaron que se trataba de una grabación en reproducción automática. La canción en cuestión era el cielo hecho música en los labios de Edith Piaf, je ne regrette rian. Francamente, un tipejo como él no se merecía un final mejor, su vida había sido equiparable a sus instantes finales, un pozo de miseria maquillado con pinceladas brillantes.

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