sábado, 2 de abril de 2011

Una de "Power Balance" forjada en patera.


Corría entre los maoríes la creencia de que en las cosas dadas se dejaba una parte del propio espíritu, lo llamaban <<hau>>, cada objeto se impregnaba de una parte del que lo donaba, este <<hau>> impedía a su vez que quien había recibido el don pudiera convertirse en su propietario, por lo que con el paso del tiempo ese objeto debía regresar a las manos del maorí que al principio lo puso en circulación, si bien para entonces ese objeto ya se habría forjado un intensa biografía con todos los <<hau>> de cada uno de sus “propietarios” temporales, de forma que debía seguir en circulación por todo el clan, todo sirva con tal de renovar e imitar el ciclo que veían en la naturaleza  para así lograr que estas fuerzas les fueran favorables.
El hecho de que el animismo del que han quedado impregnados estos objetos y creencias escape  a los ojos escrutadores de la ciencia no quiere decir que no existan, al menos para los maoríes. Algo parecido a ese animismo  creí reconocer en los ojos de D’kembe aquella tarde, un senegalés que nos dio a los presentes –tres afortunados occidentales- que nos hallábamos a las puertas del Castello milanés una lección de vida difícil de obviar.
Desde que tengo uso de razón recuerdo, clavadas en el televisor, unas cuantas miradas vacías, neutras, blancas, que parecen mirar más allá de su horizonte, recuerdo una patética barca varada en el rompeolas a merced del oleaje, recuerdo unos tipos de rojo que llevan mantas y galletas y unos señores de verde tomando apuntes en un libreto. Esa mirada que parecía proyectarse hacia otra dimensión la reconocí en los ojos de D’kembe mientras farfullaba en un primario italiano como era salido de Senegal, como embarcó en un navío sin capitán ni ancla, como anduvo a la deriva durante diez días sobre un mar eterno  -los días invertidos por  ese crucero infernal entre Mauritania y Canarias-, y como una vez avistada tierra fue interceptado, alimentado, abrigado y devuelto a su amada África.
Sin embargo, D’Kembe era fuerte y no le había gustado ese crucero por el Atlántico, entonces decidió cruzar el África sahariana para conocer el Mediterráneo, esperó en un descampado , rapiñó, volvió a esperar, practicó el salto de altura sobre valla metálica coronada por alambre de espinos, volvió a embarcarse en un crucero y por suerte para él no le recibieron con mantas rojas y pudo proseguir su marcha, prosiguió su viaje hacia Madrid –en este momento regresó de esa cuarta dimensión para chocar sus puños y gritar “libertad”-.
Un par de años después encontró a 2000 km de esa supuesta “libertad” a esos tres occidentales bien formados y sin carencias materiales reseñables, nos regaló a cada uno de nosotros una Power Balance multicolor cien por cien de algodón, sin holograma, solo con el <<hau>> de alguien que enfrentó a mil peligros y que por ahora  ha conseguido burlar incluso a la muerte, quien se ríe de la palabra pobreza y que con un euro en la mano en una de las ciudades más caras del mundo te esboza una sonrisa gigante mientras  te choca el puño antes de perderse  entre la muchedumbre con su  sombra caminante y desgarbada.

1 comentario:

  1. Y el hau de esa pulsera es simplemente "pasarla re-bien" con todas y cada una de las pequeñas cosas de la vida...

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