
Y te encontré donde menos cabía esperar encontrarte.
Digamos que estaba deambulando famélico y hambriento por Regent Street, digamos que me topé con ese pakistaní tan simpático que ofrecía tickets de descuentos varios y hamburguesas promocionadas y que sin quererlo ni esperarlo vino a convertirse en nuestro particular alcahueto, o si se prefiere, Cupido, para ser más líricos. Empezaba a esconderse el sol y la gran avenida a vaciarse, cuando por fin tras 500 metros, a un palmo de Picadilly Circus, te encontré. Rubia, menudita y magra, con unos ojitos verdes gigantes, unas pecas graciosas que no desentonaban y esa sonrisa cuasi perfecta que todo lo llenaba, incluso un lugar tan decadente y autómata como ese Macdonalds de Regent Street.
Y a medida que me acercaba con mi ticket descuento en la mano empecé a desnudarte, a conocerte, a intentar reconstruir detalles de tu biografía sirviéndome de tus accesorios, me fijé en tu etiqueta y supe que te llamabas Raquel, escuché como endulzabas un inglés mediocre con tu acento y supe que eras española, en este momento ya había desaparecido de mi vista el resto de dependientas. Entonces invertí mi pensamiento en hallar la forma de forzar un contacto contigo, tuve que hacerme el extranjero y poner cara de tonto para que me sustituyeran en otra caja adyacente, estaba decidido en que solo podías atenderme tú.
Ese primer objetivo lo conseguí, después quedaba lo más difícil, pensar a un metro escaso de ti cómo haría para darte entender que me había fijado en ti pero a la vez haciéndome el enigmático y el interesante para llamar tu atención. Una vez llegado el momento me soltaste ese "How can I help you?" totalmente paramétrico, y mientras masqué un simple "hola" no pude evitar ver mi risa reflejada en tus pupilas, entonces tú teñiste tus pecas de un vivo color rojo y viste tu sonrisa reflejada en las mías, y entonces antes de comenzar nuestra transacción alimentaria te autoafirmaste, inconscientemente y en voz alta, de que yo era español. Eran tus primeros días en ese trabajo de mierda, se te notaba un poco perdida pero lo suplías con un encanto de lo más ingenuo que rellenaba el cupo de paciencia a cada cliente, todo bajo la atenta mirada de tu compañera, la misma que nos vio riendo como tontos, y pensé que alguien que llevaba tan bien un trabajo como ese verdaderamente debía valer la pena. Te di ese ticket, me interrogaste sobre mi procedencia y descubriste algunas pinceladas de mi biografía, después yo supe que eras o que venías de Barcelona mientras me pusiste ese mcpollo y la fanta de naranja.
Te dije un hasta luego, pues tenía claro que volvería en tu busca, recibí un ciao y otra nueva sonrisa, pocas veces me agasajaron con tanta simpatía en un contexto semejante, y emprendí el camino de salida hacia un destino incierto que ni siquiera recuerdo puesto que no podía sacar tu gesto de mi maltrecha cabeza. Volví al día siguiente a la misma hora, al mismo lugar, de nuevo me proveí por gentileza del simpático pakistaní de otro ticket de descuento. Nuevamente fui a tu Mcdonalds, nuevamente me puse en tu cola sin estar muy seguro de encontrarte allí, no te vi en un primer momento, pero por fin tras un par de minutos de incertidumbre entreví tus bucles dorados bajo esa horrible gorra negra, fui avanzando en la fila sin saber muy bien lo que ocurriría y pensando miles de combinaciones de palabras posibles con tal de conseguir esa copa contigo.
Esta vez me viste antes de tiempo, sonreíste y murmuraste alguna cosa a tu compañera, te saludé, y de nuevo me soltaste un "Can I help you?", obviamente me vacilaste, sabías perfectamente quién era yo, y me dijiste qué cosa tomaba, y yo te pedí lo mismo -eso era lo de menos-, te fuiste a llenarme el vaso de fanta, y me preguntaste desde la distancia si quería algo más, en este momento vi la oportunidad de romper la barrera de la normalidad y la dimensión de lo estrictamente tolerable en semejante ámbito, y te contesté con otra pregunta: la hora a la que finalizabas tu jornada, recibiendo unas 10 y media por respuesta y una nueva sonrisa deslumbrante, esto me dio confianza, y te esbocé la invitación a esa copa, reíste y me contestaste que esa noche ya tenías planes con una amiga.
Obviamente esta respuesta me enfrió, y lo notaste enseguida, por lo que propusiste que otro día, que en qué parte de Londres vivía, que nos diéramos los teléfonos. Me reí con una mezcla de ironía y amargura, cogí la bolsa, te miré y me fui con una fanta aguada y un mcpollo hacia los neones de Piccadilly Circus. Mi avión salía el día siguiente, supe entonces que en ese momento no estábamos preparados para cruzarnos.
Y así fue como sin saberlo me robaste 10 minutos de mi vida, o si lo prefieres, podemos decir que me los dejé sobre esa bandeja sucia con restos de tomate y patatas deluxe.
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