¿Qué será de ti, occidental? Tú, que vives de espaldas a la realidad, que te obcecas en subestimar a la naturaleza, que sin creer en dioses has terminado tú mismo por autodivinizarte. A fuerza de negar has acabado por renegar de ese orden natural que es el caos, le has puesto cotas, intervalos, probabilidades, medidas, tiempo, azar, todo con tal de ordenarlo para ser capaz de asimilar aquello que escapaba a tu conciencia y a tu imperfecta inteligencia.
Y lo que es peor, has acabado por ofender a su más efectivo esbirro, la muerte, olvidándola, pero no de cara a cara, lo que empeora aún más la situación, sino huyendo por el costado y poniendo distancia de por medio, con cobertura sanitaria -¿infinita?-, desnaturalizando tu cuerpo hasta hacer estallar tu cerebro y tus entrañas. Tú, que una vez desprovisto de ese manto de invulnerabilidad que ha creado tu mal llevado orgullo acabas por enterrarte en el fango, y toda esta resistencia ¿para qué? ¿Para acabar presenciando tu propio ahogamiento en un minúsculo vaso de realidad, para ahogarte con las flemas de un simple resfriado?
Eso sí, quizás partirás tranquilo, quizás con un poco de suerte te dé tiempo a despedirte, a ver por última vez esas burbujas de cristal con todos esos rascacielos y bloques comunitarios en torno a cuadriculadas áreas verdes, esas casas imposibles que parecen tambalearse sobre el vacío mar azulado y que sin embargo nunca terminan por caer, esas circunvalaciones y rondas hacia todas las direcciones con sus interminables anillos de asfalto, esos decadentes y grises polígonos industriales en los que paradójicamente se generan tanta riqueza, y qué decir de esa tecnología que te dio más de lo que pudiste asimilar y que se te acabó yendo de las manos hasta acabar explotando en tus narices.
Sin embargo, poco después, ya no serás más que polvo, huesos y cenizas.




