viernes, 25 de febrero de 2011

El despertar


Será la estúpida consecuencia de avecinarse a cumplir años…
Amanece un nuevo día y te encuentras frente al espejo lavándote la cara y cepillándote los dientes, la misma rutina y los mismos hábitos, sin embargo amanecerán algunos en los que el engranaje se atasque y el orden estricto de la costumbre se resquebraje, una arruga nueva en el contorno del rabillo del ojo o en la mueca circundante a la comisura de los labios, el avance decidido e impertérrito de una ojera, un cabello blanco sobre un mar de petróleo negro o, lo que es peor, un pozo vacío color carne. Y entonces te das cuenta, y sientes como se desdibuja tu rostro y emerge una patética expresión de negación frente a la dura y objetiva realidad con la que se regodea tu propio espejo, quién parece decirte entre carcajadas un discurso del tipo “te haces viejo”.
Este último año pasó rápido, en parte porque lo forzaste tú mismo, y entonces comprendes el precio a pagar por la adquisición de ese profiláctico vital que te permite prevenir las trampas del día a día, la entropía de una vida nocturna intensa, el oscuro reverso de esos billetes que te permitieron comprar tanta cosa, la multa por querer exprimir el tiempo hasta hacerlo sangrar, el interés que, a costa de noches en vela, se contrae al emprender el noble camino del saber, el peaje a pagar por transitar la emocionante autovía de los excesos y de la vida desordenada -en este punto que cada uno se identifique con aquella inversión que más le plazca-. Caminos todos que a fin de cuentas tienen que rendir cuentas al escriba de las biografías ricas y plenas.
No obstante, mejor esto que vivir de forma anónima, mejor llegar tarde a la estación donde pasaba el último tren al paraíso, o coger un avión a ninguna parte, antes que quedarse sentado en el sillón viéndolas venir bajo un pusilánime manto protector de autocomplacencia y resignación. Como también es mejor actuar, a ser posible bajo el manto estoico de no esperar nada a cambio, y herirte y sangrar, ejercer tu derecho de ser viviente, reivindicar tu instinto de supervivencia. Pues de qué sirve todo este circo si después no dejas tu rúbrica, si no te desgastas lentamente entre las millones de calles recorridas, entre los recuerdos de las memorias de tus seres queridos, entre las piernas y el corazón de aquellas personas con las que compartiste algún -o con un poco de suerte muchos- dulce amanecer.  Pues como ya han dicho otros “hay que ser (y hacer) lo que se es o no ser nada”.

martes, 22 de febrero de 2011

Ese gesto




¿Qué no me alimento?¿Qué no me alimento?
¿Y qué es entonces la absorción de tu gesto?
¿Qué más da el alimento si no un distraimiento?
¿Para qué quiero alimento si no tengo tu gesto?
Un estómago vacío mas un alma en el viento,
Embelesada por tus tratamientos, tus cuentos,
tu mirada, tu perfume, tu enhiesto y blanco gesto.
¡Qué más alimento que una musa emergiendo
desde el centro mismo de mis ruegos y lamentos!
Pues es tanto deseado el instante del embelesamiento
como corto y grisáceo hallábase mi talento
antes de que reconociera en la noche tu gesto.
¡Y qué gesto! Mi juicio trastornado y el resultado
desconcierto, incierto, mas esperado y celebrado.
¡Qué viva la vida y que truenen los infiernos!
pues larga lucha avanza el gesto de los cuervos,
trompetas encorsetadas en el más negro lienzo
pues imposible adentrarme en bosque tan intenso
sin andar orientado por el más vil ensoñamiento.
¡Qué me guíe tu gesto!¡ Quiero tu gesto!


(Misterioso poema de autor anónimo aparecido en Nápoles sobre la servilleta de un Starbucks)
Algo extraño si se tiene en cuenta que en Nápoles no abundan los Starbucks, si bien esto es lo que menos importa...


sábado, 19 de febrero de 2011

Retrato de una Little Italy demacrada


Érase una vez un lugar llamado Forcella, bastión histórico napolitano y una atalaya privilegiada desde la que controlar los turbios manejes y trapicheos habidos en el castizo centro napolitano.
En épocas de paz posiblemente uno de los departamentos más seguros de la ciudad, ya se sabe que el ladrón nunca roba en su barrio, pero en tiempos de guerra uno de los puntos más álgidos por su importancia estratégica.

Precisamente ahora se encuentra en uno de estos momentos tensos, a la espera de que estalle una chispa para que vuelva a desencadenarse el caos y la destrucción. Obviamente no existe un parte de guerra, ni tampoco hay corresponsales ni periodistas ni soldados de la ONU, pero se intuye, se intuye en lo transparente que están sus calles, sin transehuntes, sin ese bullicio tan característicamente napoletano, con los negocios cerrados a media tarde, con los balcones de los capos ocultos con toldos, y con los casquetes de bala sobre el pavimento adoquinado, señal inequívoca de una advertencia, el intento del clan emergente por abrirse paso a costa de tributos ajenos sangrados a los pobres pizzeros, tenderos, tabaqueros, fruteros, pescaderos, carniceros, lavanderos, herreros, que creían haber comprado su protección al clan establecido y que con sus establecimientos encantadoramente tradicionales dibujaban las calles de aquel barrio conocido como Forcella.

Los bambinos psicópatas ya no juegan, bajo el pretexto de jugar al calcio, a darle balonazos a los ingenuos paseantes, las madres del populacho no se reúnen en las puertas de los portales a gesticular y gritar sobre tanta cosa, no pasa la camioneta de la verdura cada mañana, no se despiertan los sabados y domingos con canciones napolitanas, y los cubos no descienden y ascienden desde las terrazas ni pasan de una casa a otra en tirolina. Y lo que es peor, se siente un estrangulamiento silencioso, como si al caminar por sus calles la mirada de unos ojos anónimos procedentes de ventanas ciegas se clavaran en tu nuca.

Obviamente esta situación no es novedosa para los resginados e inmundos habitantes de Forcella, bien es cierto que llevaban unos tres años de paz en los que el clan dominante gobernaba con mano de hierro, no querían que se volviera a repetir la asfixiante presión de la policía, ser el centro de atención de los medios, unos invitados muy incómodos para vender el tabaco ilegal de contrabando que entra por el precioso golfo napolitano, los trapos que son capaces de hacer la competencia al mercado asiático, lus juegos de trileros y presdigitadores, y lo que es más importante, el negocio de los narcóticos y las drogas en general.

Esto es Forcella, la misma que en las mañanas soleadas nos ofrece postales de ensueño sobre tendederos que enlazan, a través de un puente de colores construido a base de sábanas, pijamas, pantalones y camisas de lo más horteras, a los vecinos de un edificio con el de enfrente, la misma donde Julia Robert hace un año rodaba una película, la misma en la que se puede comer la mejor pizza del mundo, la misma, la misma, la misma... Forcella.

jueves, 17 de febrero de 2011

Cazador de miradas

No sé si alguna vez le pasaron eso de ir andando por medio de una calle repleta, y de improviso sentir como una mirada ajena se clava como una flecha de fuego en tu retina mientras que al mismo tiempo te encuentras violando la intimidad de esos mismos ojos que pretendieron ser cazador y que al final acabaron siendo presa, lo cual no significa que los que acabaron cazando no acabaran heridos de muerte, pues ellos mismos fueron heridos previamente.

No necesariamente tiene que ser así, esto mismo puede suceder en un tranvía, en un ascensor, en la antesala de una consulta de un ambulatorio, en la panadería de la esquina, en una cafetería, en un mostrador de Mcdonalds, en cualquier lugar de cualquier cosa, sin embargo, no me negarán que es en la calle el lugar más embaucador, el más natural y aquel que tiene de especial el hecho mismo de la improbabilidad puesto que hay tanto sitios donde mirar que sin embargo acabaste fijándote en esos, esos malditos ojos verdes, azules, negros, marrones, turquesas, o cristalinos color miel...

Tantos ojos y a la vez tan únicos, que difícil es olvidar esos ojos, los mismos que te dejaron cicatriz como si de un marcador de hierro candente se trataran, ojos que por regla general acaban siendo anónimos, y esto es un drama, porque después de tanta prostitución visual, ¿qué menos que un "hola" idiota? o al menos un cínico ¿qué miras? Cínico porque obviamente sabes lo que mirabas y lo que te miraban puesto que fueron sensaciones encontradas.

Sin embargo nunca suele suceder nada, es una verdadera lástima, después de recuperarte del noqueo visual, de volver a vestir tus vergüenzas desnudas, solo entonces digieres el momento y le quitas importancia, y entonces recurres a los lastres culturales y sociológicos que te impiden hablarle a un
desconocido, o al inevitable resignamiento espacio-temporal, sin finalmente decirle que nunca una mirada te dijo tanto en tan poco, porque no nos engañemos, no duró más de medio segundo, o bien un segundo a lo sumo...

Pero seguramente nunca le dijiste ni te dijeron tanto en tan poco, un mensaje oculto que sin embargo no pasará de un tonto recuerdo y que solamente un bloqueo mental impedirá recuperarlo de la profunda memoria, todo con tal de evitar un desfallecimiento, la impotencia de los "¿por qué no?"
Ni que decir tiene que esa mirada nunca volverá, no te engañes, no hablamos de racionalismos, sino de pura química, de partículas y moléculas, de enzimas e impulsos electromagnéticos, cosas cambiantes y en continua evolución.


Otras veces, sin embargo, y estas son más peligrosas, llegan como un caballo de Troya, camufladas en una falsa intención, contradiciendo la tradición que compartías con la fuente de la que emanó esa mirada, el problema es que te llega y te envenena casi sin darte cuenta, al menos de forma consciente, y entonces subconscientemente le replicas, y ahí ya comienzas a sufrir el proceso. Deja de ser un "¿por qué no...?" para convertirse en un "¿Y por qué no?", y así de perras son las palabras, un simple nexo copulativo y cambia el sentido y las intenciones de forma radical -lo mismo sucede con ese tipo de miradas, aquellas que guardan ese matiz oculto- y entonces traicioneramente te llevan por un camino, un amargo e incierto sendero, que sin embargo al final puede depararte posiblemente un enorme don, ese que sobrevivirá hasta que nos convirtamos en polvo, cenizas y abono para las flores...