Aunque me encuentre ante la coyuntura de tenerlo delante de mis ojos, al mismo tiempo me siento con un trapo en la boca que no me deja narrarlo.
Digamos que en el fondo, muy en el fondo lo sabemos, una certeza, una voz procedente de una fuente cuyo origen no se puede discernir pero que a la vez es la misma que nos nutre a todos, de donde vienen esas respuestas bajo un eco mudo que la mayoría de las veces no podemos decodificar y que tan solo nos deja una sensación de cierto malestar mezclada a veces con un ápice de suave remordimiento, si acaso las cenizas de una enorme convulsión interna , y que sin embargo yace ahí y la sentimos aunque no la entendamos.
También es esa fuente de la que proceden esos pensamientos fugaces que nos llegan en ese umbral del que el sueño es acceso, y esos otros que nos saludan por la mañana cuando todavía no hemos despertado. Esa fuente de la que proceden esos impulsos intuitivos que te dicen cuando lanzarte y cuando pararte, cuando dejarte atrapar y cuando escapar, ese rayo X que te advierte de que ahí fuera, o mejor dicho allí dentro, hay probablemente algo más de lo que crees sospechar.
De esa fuente proceden también los miedos más terribles y ocultos del ser humano, aquellas respuestas que nunca nos gusta oír porque apenas llegamos a siquiera digerir, pues entender está claro que nunca serán entendidas. Y quizás sea consecuencia de esa misma los mayores pecados del ser humano, pecados que en muchos casos derivan de las más loables de las virtudes, si acaso el relativismo nos deja hablar de virtudes.
Dicho esto pongamos por caso la confianza. Si la proyectamos desde dentro, si tiene buenos cimientos y esfuerzo sustentándola, si la usamos como adhesivo de nuestras relaciones, entonces tendremos a nuestro favor una fuerza de alcances insospechados. Sin embargo, esa misma confianza mal entendida puede llevarnos al más terrible de los fracasos, a la más cruel de las frustraciones hasta hacernos perder la cabeza. Es esa confianza mal entendida la que nos lleva a enjuiciar con conceptos humanos los envites que vienen de una fuerza superior y extraña a lo propiamente humano, el mismísimo Universo. Un Universo que nos creó por accidente y del que no somos más que unas marionetas ciegas con un par de cabos sueltos, pero irremediablemente unidas a su praxis irracional, causal, omnipotente y brutal.
Ya la lié con el juicio de brutalidad, pues qué son para nosotros las hormigas que cuando somos pequeños machacamos o lisiamos cruelmente con nuestros dedos, pues bien, comparemos la magnitud y realizamos una aproximación del valor absoluto de esos insectos con respecto a nosotros, y no me vale la infravaloración por el hecho de que no actúen más allá que por el instinto -un debate que aparte no nos ocupa en este caso- y es entonces cuando descubriremos que aun así la diferencia de la magnitud de nosotros con respecto a los dictámenes ciegos y totalmente anónimos del Universo es infinitamente superior que la magnitud que rige la relación de cualquier otro ser vivo con respecto a nosotros, y sin embargo no caemos en valorar su pérdida, algo por otra parte de lo más normal . Es cruel, claro que sí, pero qué hiciste para merecer tu vida, ¿acaso elegimos estar aquí?,¿ acaso llegamos a aprovechar mínimamente la gracia que nos concedieron? Que cada uno se susurre la respuesta.
Quizás lo primero que deberíamos hacer es cuestionarnos a nosotros mismos antes que cuestionar, que juzgar, que condenar a esa fuente, esa fuerza omnipotente e irracional que por la mezcla de un enorme accidente y una casualidad mucho más que milagrosa acabó por crearnos a nosotros.
Somos tierra y a la tierra volveremos, aunque nos duela, aunque nos mate, aunque sea justo o injusto. Salgamos de la burbuja, seamos conscientes de lo que realmente hay ahí fuera y entonces una vez huidos de la oscura caverna empecemos a vivir y aprovechar, no veamos el tiempo como un castigo, como un reloj de arena cargado de subjuntivos nunca ocurridos sino más bien como una prórroga, el más grande de los regalos, no contemos hacia atrás sino hacia delante, el día que nos alcance la noche brindemos por los buenos momentos pasados en el camino que ya otros brindarán por nosotros más adelante. No nos quedemos con lo triste y lo injusto de lo poco que vivimos sino lo bien y lo alegre de todo lo vivido. La eternidad no es un paraíso sin fecha de clausura sino las memorias de aquellos que reconstruirán tu vida con sus cuentos, así que procúrate un final feliz para cada momento que compartas.

Se muere como muere todo.
ResponderEliminarEmpieza aquí y termina allí.